LA NUEVA ESPAÑA 25-01-08 Al doctor Paulino Barbón Suárez, médico de Cornellana
DAVID M. MUÑOZ VIDAL Ad perpetuam memoriam
Hoy quiero conversar contigo y me veo inmerso en este forzado soliloquio. Quiero presentizarte y me veo abocado a usar las formas verbales en pasado. ¡Qué tristes son los verbos en pretérito!
Tenías, Paulino, una cualidad poco frecuente, un innato don: hablabas sonriendo o, acaso, sonreías hablando. Ello, en sí mismo, es un enorme logro en esta profesión en la que son más las sombras que los gozos y, quien más, quien menos, arrastra el rictus que los múltiples avatares y vivencias le han marcado.
Esa sonrisa tuya, tengo que decirlo, cuando hablábamos de los problemas de nuestra profesión, mataba mi angustia, y quiero creer que tus pacientes, por ello, te estarán muy agradecidos, pues como escribió nuestro querido colega, recientemente fallecido, Eduardo González Menéndez: «La sonrisa, en general, es muestra del afecto y de la ternura y del buen sentimiento hacia el prójimo? La sonrisa puede ser un modo feliz de comprensión, de caridad y de simpatía hacia quien nos escucha. A veces, es un modo de amor». Otro asturiano insigne, Alejandro Casona, decía que «no hay ninguna cosa seria que no pueda decirse con una sonrisa». La sonrisa, para nosotros, los médicos, es la receta ágrafa que extendemos como parte importante de la terapia en nuestra consulta.
«Un manotazo duro, un golpe helado / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado» (M. Hernández). Ni siquiera tuviste tiempo de despedirte de los tuyos ni de nadie. Tú que eras un hombre entregado a la familia, a tu mujer, Elena, y a vuestro hijo, Ezequiel, con quien eras uña y carne, y a tu madre?Ahora, por buscar, se buscará la causa última, anatómica o funcional que cercenó tu existencia. Pero tú y yo sabemos que esta profesión nuestra nos mata. Mata más que nada y que ninguna. Somos los que más muertes súbitas cosechan antes de la jubilación, mucho más que otras profesiones que presumen -o se quejan- de estrés, seguramente para reivindicar algún beneficio en contrapartida. El estrés nos mata con tajo curvo de cimitarra.
Sobre todo, una buena persona
Pero tenías más cualidades, Paulino: eras, sobre todo, una Buena Persona, con mayúsculas, que es algo muy sencillo de decir, pero no es fácil decirlo de todo el mundo. Eras honrado, sincero, discreto y reservado. Tenías la sólida educación y la elegancia caballerosa de no abrumar a los demás con tus problemas. Moderado en tus opiniones, tenías, al tiempo que sonreías, esa conspicua ironía que hacía que, desde una prudente distancia, vieras crecer la hierba. Eras modesto y huidor de alharacas y reconocimientos fatuos, sin faltarte por ello, en tu profesión, la ciencia del conocimiento ni el dominio de la técnica, siendo tu sonrisa la luz animosa que colaboraba en tu trabajo serio, responsable y sin tacha; al que no te empujaba, en tu voluntad de dedicación, la mezquindad prosaica de un salario, sino un cúmulo de cosas que están muy por encima de todo ello y que podrían resumirse en esa vocación que te honró siempre de médico rural, prescindiendo de otras aspiraciones; esa dignísima, difícil e impagada vocación de Médico Rural. Y eso puede verse en todos los pacientes que ahora lloran tu ausencia, porque tenían el ti el protector, el consejero, el amigo, el confesor, el médico, el padre; ese totum que una buena persona, si además es médico, puede dar.
Los inicios de tu profesión fueron en Laviana, tu lugar de nacimiento, esa Pola o Puebla grande, grande en comarca y grande en el corazón de sus gentes. Más tarde en Hunosa, en Mieres, en el Hospital de Turón; en Gijón, en las Urgencias de Pumarín; después en Pendueles cuatro años. Luego marchaste a la provincia de Toledo, hacia donde avanzaste tu Reconquista particular, desde la montaña astur a esa tierra árida, comunión de culturas y de cristianos viejos y nuevos, de cielos cárdenos al ocaso y amaneceres malvas y amarillos. Pero a los tres años, el tirón del pasado, los ancestros, el cielo gris y la humedad salobre de la memoria te trajeron de nuevo a la tierrina, y ejerciste por tres años en La Espina, y luego en Cornellana, donde ya llevabas trece años? Mucho periplo y mucho tiempo dedicado, amigo, para una vida corta, pero bien aprovechada. Pero no ha sido en vano tu odisea. Todos te recordarán -te recordamos- con cariño. Ahora que los políticos, en la antesala de la campaña electoral, y con clara intención de escarnio público, tanto se meten con nosotros zahiriendo conciencias por el sentimentalismo fácil, con evidente afán proselitista y buscador de votos; afán que les aflora como las babas a los perros, ¿te acuerdas?, ¡qué poco nos fiábamos de todos ellos!, y perdóname, pero no consigo acordarme de una sabia sentencia que me dijiste y que ya decía tu padre? Ahora es cuando echo en falta tu opinión, mesurada, justa, inteligente, prudente, pacificadora. Acaso hubieras dicho: «No hay que ofenderse. Hacen su trabajo? porque no saben hacer otro».
Es probable que muchos, leyendo estas líneas, crean que estoy exagerando por aquello de que todo escrito elegíaco es normalmente un panegírico. Pero cuantos te conocieron saben que más bien me quedo corto, y es porque, quizá, la gélida sorpresa y el desconsuelo nos han dejado sin palabras. Solo sé que hoy he llegado hasta aquí, con ayeres al hombro, enlutado el ánimo y embalsamando recuerdos, en este vendaval de lluvias grises y astros trasnochados, abierta la esperanza en la Gran Cita, porque tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero?
David M. Muñoz Vidal es médico de Grado.
Ex toto corde.
Hoy quiero conversar contigo y me veo inmerso en este forzado soliloquio. Quiero presentizarte y me veo abocado a usar las formas verbales en pasado. ¡Qué tristes son los verbos en pretérito!
Tenías, Paulino, una cualidad poco frecuente, un innato don: hablabas sonriendo o, acaso, sonreías hablando. Ello, en sí mismo, es un enorme logro en esta profesión en la que son más las sombras que los gozos y, quien más, quien menos, arrastra el rictus que los múltiples avatares y vivencias le han marcado.
Esa sonrisa tuya, tengo que decirlo, cuando hablábamos de los problemas de nuestra profesión, mataba mi angustia, y quiero creer que tus pacientes, por ello, te estarán muy agradecidos, pues como escribió nuestro querido colega, recientemente fallecido, Eduardo González Menéndez: «La sonrisa, en general, es muestra del afecto y de la ternura y del buen sentimiento hacia el prójimo? La sonrisa puede ser un modo feliz de comprensión, de caridad y de simpatía hacia quien nos escucha. A veces, es un modo de amor». Otro asturiano insigne, Alejandro Casona, decía que «no hay ninguna cosa seria que no pueda decirse con una sonrisa». La sonrisa, para nosotros, los médicos, es la receta ágrafa que extendemos como parte importante de la terapia en nuestra consulta.
«Un manotazo duro, un golpe helado / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado» (M. Hernández). Ni siquiera tuviste tiempo de despedirte de los tuyos ni de nadie. Tú que eras un hombre entregado a la familia, a tu mujer, Elena, y a vuestro hijo, Ezequiel, con quien eras uña y carne, y a tu madre?Ahora, por buscar, se buscará la causa última, anatómica o funcional que cercenó tu existencia. Pero tú y yo sabemos que esta profesión nuestra nos mata. Mata más que nada y que ninguna. Somos los que más muertes súbitas cosechan antes de la jubilación, mucho más que otras profesiones que presumen -o se quejan- de estrés, seguramente para reivindicar algún beneficio en contrapartida. El estrés nos mata con tajo curvo de cimitarra.
Sobre todo, una buena persona
Pero tenías más cualidades, Paulino: eras, sobre todo, una Buena Persona, con mayúsculas, que es algo muy sencillo de decir, pero no es fácil decirlo de todo el mundo. Eras honrado, sincero, discreto y reservado. Tenías la sólida educación y la elegancia caballerosa de no abrumar a los demás con tus problemas. Moderado en tus opiniones, tenías, al tiempo que sonreías, esa conspicua ironía que hacía que, desde una prudente distancia, vieras crecer la hierba. Eras modesto y huidor de alharacas y reconocimientos fatuos, sin faltarte por ello, en tu profesión, la ciencia del conocimiento ni el dominio de la técnica, siendo tu sonrisa la luz animosa que colaboraba en tu trabajo serio, responsable y sin tacha; al que no te empujaba, en tu voluntad de dedicación, la mezquindad prosaica de un salario, sino un cúmulo de cosas que están muy por encima de todo ello y que podrían resumirse en esa vocación que te honró siempre de médico rural, prescindiendo de otras aspiraciones; esa dignísima, difícil e impagada vocación de Médico Rural. Y eso puede verse en todos los pacientes que ahora lloran tu ausencia, porque tenían el ti el protector, el consejero, el amigo, el confesor, el médico, el padre; ese totum que una buena persona, si además es médico, puede dar.
Los inicios de tu profesión fueron en Laviana, tu lugar de nacimiento, esa Pola o Puebla grande, grande en comarca y grande en el corazón de sus gentes. Más tarde en Hunosa, en Mieres, en el Hospital de Turón; en Gijón, en las Urgencias de Pumarín; después en Pendueles cuatro años. Luego marchaste a la provincia de Toledo, hacia donde avanzaste tu Reconquista particular, desde la montaña astur a esa tierra árida, comunión de culturas y de cristianos viejos y nuevos, de cielos cárdenos al ocaso y amaneceres malvas y amarillos. Pero a los tres años, el tirón del pasado, los ancestros, el cielo gris y la humedad salobre de la memoria te trajeron de nuevo a la tierrina, y ejerciste por tres años en La Espina, y luego en Cornellana, donde ya llevabas trece años? Mucho periplo y mucho tiempo dedicado, amigo, para una vida corta, pero bien aprovechada. Pero no ha sido en vano tu odisea. Todos te recordarán -te recordamos- con cariño. Ahora que los políticos, en la antesala de la campaña electoral, y con clara intención de escarnio público, tanto se meten con nosotros zahiriendo conciencias por el sentimentalismo fácil, con evidente afán proselitista y buscador de votos; afán que les aflora como las babas a los perros, ¿te acuerdas?, ¡qué poco nos fiábamos de todos ellos!, y perdóname, pero no consigo acordarme de una sabia sentencia que me dijiste y que ya decía tu padre? Ahora es cuando echo en falta tu opinión, mesurada, justa, inteligente, prudente, pacificadora. Acaso hubieras dicho: «No hay que ofenderse. Hacen su trabajo? porque no saben hacer otro».
Es probable que muchos, leyendo estas líneas, crean que estoy exagerando por aquello de que todo escrito elegíaco es normalmente un panegírico. Pero cuantos te conocieron saben que más bien me quedo corto, y es porque, quizá, la gélida sorpresa y el desconsuelo nos han dejado sin palabras. Solo sé que hoy he llegado hasta aquí, con ayeres al hombro, enlutado el ánimo y embalsamando recuerdos, en este vendaval de lluvias grises y astros trasnochados, abierta la esperanza en la Gran Cita, porque tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero?
David M. Muñoz Vidal es médico de Grado.
Ex toto corde.
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