30 octubre, 2009

LA NUEVA ESPAÑA 30-10-09 De sueños y sombras


Claros de Luna después de la batalla

LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES
Píndaro, acaso el más sutil e inquietante de los poetas líricos griegos, escribió en algún sitio que «el hombre es el sueño de una sombra». Y, en las presentes noches, anómalamente cálidas, hay momentos en que esta Luna en creciente nos proporciona una claridad extraordinaria. Esplendores sobre los altos de las montañas, sobre las aguas del Narcea, sobre el blanco de algunas fachadas. Nosotros somos más sombra que nunca, lo más oscuro, en el resplandor de la Luna.
¿Sombras andantes que sueñan? ¿Sombras andantes que contemplan un panorama sin moralina posible que no pretende ir más allá de lo que es un juego de claroscuros?
Sombras andantes que no sólo sueñan, sino que además se resguardan de lo que acontece. Se diría que, envueltos en estelas invisibles, amparados en entornos que nos son tan nuestros, todo aquello que en el tiempo y en el espacio está tan cerca, todo el ruido, toda la furia, toda la estridencia de la actualidad se separa de nosotros mediante una compuerta intangible e invisible que nos aísla de la realidad.
Sueño y sombra somos, sombras que sueñan. Vigilia en duermevela.
Políticos que ingresan en prisión, peleas internas en los partidos donde los apuñalamientos y cuchillos largos no son metáforas inefables e inasibles. Insultos a la inteligencia que provienen de las perogrulladas que se sueltan, de las justificaciones más falaces enhebradas con medias verdades.
Desde el puente de Lanio, río arriba, no sólo el resplandor de la Luna, sino también un terso oleaje en las aguas generado por una brisa suave que no quiere ulular, que sólo provoca en las aguas del río suspiros inaudibles, al ritmo de sus caricias que ni siquiera rozan, que sólo se acercan a la superficie del Narcea.
Desde el puente de Lanio, río abajo, la vista juega con nosotros, nos ofrece el espectáculo de unas aguas sólo inmóviles en apariencia, que se concentran y hacen un falso alto en el camino para ser iluminadas.
Así pues, a un lado, un pequeño oleaje. Al otro, la quietud. Y, sobre todo ello, la luz de la Luna, bajo un cielo que ofrece el espectáculo de regalar a la vista estrellas enracimadas, que, se diría, que Dios sabe cuándo, se desgajaron.
Habiéndose adelantado el atardecer tras el cambio de hora de la pasada semana, recibimos más despiertos a la Luna, poblamos más la noche, y es grande la satisfacción que supone el aislamiento al que esta luz nos invita.
Como si se pusiera a nuestro alcance otro amanecer, éste sin prisas, sin apremios, sin urgencias, que comparece ante nosotros para ser contemplado, que abomina de esas otras horas veloces en las que la vida y la actualidad se ponen en marcha.
Se trata de muy distinta cosa, de un amanecer para lo onírico, de una Luna que nos envía destellos para acompañar nuestra intimidad, para que nos veamos como esas sombras que sueñan de las que venimos hablando.
De sueños y sombras. Unos sueños en los que la realidad, sin desaparecer, se empequeñece, se diluye, se vuelve muy insignificante cosa. Unos sueños en los que la actualidad, enmudece, se aletarga, ni siquiera llega a nosotros como un eco de su atronadora vez.
Sombras andantes nos volvemos, contornos y perfiles que oscurecemos lo que la Luna ilumina, pero que, al mismo tiempo, nos convertimos en testigos del onírico panorama que tenemos ante nosotros.
Una coruxa que vuela muy bajo; su blancura contrasta enormemente con lo que tenemos ante nosotros. Ladridos de perros muy discontinuos.
Gatos que se despiertan tras largas horas de sueño. Aviones que nos sobrevuelan muy alto; sus idas y venidas están lejos.
Acaso pudiera sugerirse que, especialmente en estas noches en que la Luna llena acompaña a las vísperas otoñales, la magia de la noche se multiplica.
Ahora que empezaron a rodar los erizos de castañas por los suelos, ahora que las manzanas caídas igualan en número, e incluso superan, a las que aún se mantienen en las ramas de los árboles, ahora que el tono ocre y rojizo empieza ya a asomar en nuestra arboleda, nos podemos permitir el lujo de sentirnos sombras andantes que sueñan y contemplan noches espectaculares.
Ahora que la escandalera política alcanza una espiral aún mayor de podredumbre y estridencia, tenemos a nuestro alcance bálsamos ofrecidos por la Luna que, por no hacer mudanza en su costumbre, camino va de recuperar todos sus contornos, todo su tamaño.
Luz de luna para soñar, luz de luna para protegernos de tanta realidad, luz de luna para embellecer los elementos de un paisaje que ahí están para ser contemplados en uno de sus mejores momentos, en uno de sus advenimientos más radiantes. El otoño de una belleza, la belleza de un otoño, que, en estos contornos, tiene como música el eco del Narcea, que tienen como letra esas palabras que no llegan nunca a decirse, esos balbuceos que se manifiestan en gestos, esos entusiasmos que se expresan en unos ojos que brillan al margen de la Luna, en esos suspiros que, como atisbó a decir admirablemente Daudet, nos impiden ahogarnos.
Paisaje mágico después de una batalla que, cada día, se libra no sólo frente a la rutina, sino también, y sobre todo, frente a los estruendos, cada vez más ensordecedores, de eso que se dio en llamar vida pública.
¡Bendita intimidad lunar!.

http://www.lne.es/opinion/2009/10/30/suenos-sombrasbr/827693.html

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Luis Arias, cuando sueña, es decir, cuando hace literatura de su paisaje, lo borda. Este artículo es un buen ejemplo.
Y, también, cuando se asoma a la realidad, si tiene que tirar a degüello, no se arredra y da un excelente ejemplo de independencia y coraje.

11:28 a. m.  

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