LA NUEVA ESPAÑA 22-01-13 Desbordado río Narcea Las riadas y su carga de simbolismo sobre las políticas y los políticos de antes y de ahora
Jorge Villa y Lucía Palmero, el pasado sábado, en el inundado Lanio.
Luis Arias Argüelles-Meres
Desbordado río Narcea a su paso por Lanio. De ello dio muy buena cuenta la fotografía que publicó LA NUEVA ESPAÑA el pasado domingo. Entre el ya casi legendario secadero de tabaco que se construyó a principios de los años sesenta y el puente había una parte de «la pista» tomada por las aguas. Al otro lado, en uno de los muchos remolinos que se formaron con la riada, contemplé una imagen con una extraordinaria carga simbólica para el caso que nos ocupa: unos cuantos trozos de ramas que se habían desperdigado naufragaban pugnando contracorriente, como los salmones. Presentaron batalla a la crecida y al desbordamiento. Todo un espectáculo con su fuerza épica y lírica.
Ante ello, ¿cómo no pensar en la enorme cantidad de tsunamis, alegóricamente hablando, que por aquí tuvieron lugar, que transformaron unas vegas, también la de este pueblo, destinadas a la producción de riqueza en tierras casi abandonadas por una continua reconversión agrícola y ganadera que despobló y arruinó estos parajes? ¿Cómo no pensar en la falta de responsabilidad política de quienes tienen estos pueblos sin saneamiento, a pesar de que lanzan continuas declaraciones de amor a la belleza de estos parajes, así como al cuidado medioambiental que, en realidad, nunca preservaron, ni piensan hacerlo? ¿Cómo no pensar en unas políticas en las que el lugareño, a pesar de ser una especie cercana a la extinción, no es algo prioritario?
Una riada, además de otras muchas cosas, es memoria, empezando por la memoria del agua, que tiende a expandirse por terrenos que en su día ocupó y continuando por el recuerdo, a veces propio, a veces transmitido, de aquellas otras riadas que hubo a lo largo del tiempo. Los recordatorios inciden en lo mismo: en el abandono de estas tierras.
Una riada es también un factor que propicia algo tan necesario como el ensimismamiento. En este sentido, también se libran batallas, porque estuvimos aislados, pero no incomunicados. Y las noticias de la vida pública, con las escandaleras nuestras de cada día, llevan, indefectiblemente, a la indignación.
Y es que hasta la riada hace difícil desconectar de lo que está ocurriendo, abismándonos en nosotros mismos. Porque el día a día no sólo es ilimitadamente invasivo, sino que además no deja lugar para ese sosiego interior que encontraba el poeta místico a su regreso tras sus experiencias extáticas.
Desbordado río Narcea: bravura, fuerza que arrastra árboles que arranca a su paso. Remolinos cargados de rebeldía en cuya superficie se ve a veces la lucha más simbólica.
Desbordado río Narcea. Un alto en el camino que nos confinó de viernes a domingo, sin dejar de conocer lo que ocurría más allá del puente.
Desbordado río Narcea, que hizo emerger también la historia de estos parajes gracias a la fotografía que publicó este periódico. Y es que el secadero de tabaco no deja de ser un testigo de la potencialidad de estas vegas, potencialidad aletargada por nefastas políticas para el sector.
Desbordado río Narcea, con menos salmones y anguilas, con menos vida, a resultas, entre otras cosas, de unas políticas medioambientales que se quedan la mayor parte de las veces en retórica.
Desbordado río Narcea. Buceamos en el recuerdo, nos encaminamos al ensimismamiento, alejándonos del ruido y la furia de la actualidad, citándonos con la lectura, mientras el viento hacía de altavoz de la enorme crecida, a modo de caracola, los rabiones se acercaban a nuestros oídos, mientras que las miradas buscaban el río cada vez más crecido, alimentándose con voracidad de una lluvia que no cesaba ni daba tregua.
http://www.lne.es/multimedia/imagenes.jsp?pRef=2013012200_41_1357365__Occidente-Desbordado-Narcea
Luis Arias Argüelles-Meres
Desbordado río Narcea a su paso por Lanio. De ello dio muy buena cuenta la fotografía que publicó LA NUEVA ESPAÑA el pasado domingo. Entre el ya casi legendario secadero de tabaco que se construyó a principios de los años sesenta y el puente había una parte de «la pista» tomada por las aguas. Al otro lado, en uno de los muchos remolinos que se formaron con la riada, contemplé una imagen con una extraordinaria carga simbólica para el caso que nos ocupa: unos cuantos trozos de ramas que se habían desperdigado naufragaban pugnando contracorriente, como los salmones. Presentaron batalla a la crecida y al desbordamiento. Todo un espectáculo con su fuerza épica y lírica.
Ante ello, ¿cómo no pensar en la enorme cantidad de tsunamis, alegóricamente hablando, que por aquí tuvieron lugar, que transformaron unas vegas, también la de este pueblo, destinadas a la producción de riqueza en tierras casi abandonadas por una continua reconversión agrícola y ganadera que despobló y arruinó estos parajes? ¿Cómo no pensar en la falta de responsabilidad política de quienes tienen estos pueblos sin saneamiento, a pesar de que lanzan continuas declaraciones de amor a la belleza de estos parajes, así como al cuidado medioambiental que, en realidad, nunca preservaron, ni piensan hacerlo? ¿Cómo no pensar en unas políticas en las que el lugareño, a pesar de ser una especie cercana a la extinción, no es algo prioritario?
Una riada, además de otras muchas cosas, es memoria, empezando por la memoria del agua, que tiende a expandirse por terrenos que en su día ocupó y continuando por el recuerdo, a veces propio, a veces transmitido, de aquellas otras riadas que hubo a lo largo del tiempo. Los recordatorios inciden en lo mismo: en el abandono de estas tierras.
Una riada es también un factor que propicia algo tan necesario como el ensimismamiento. En este sentido, también se libran batallas, porque estuvimos aislados, pero no incomunicados. Y las noticias de la vida pública, con las escandaleras nuestras de cada día, llevan, indefectiblemente, a la indignación.
Y es que hasta la riada hace difícil desconectar de lo que está ocurriendo, abismándonos en nosotros mismos. Porque el día a día no sólo es ilimitadamente invasivo, sino que además no deja lugar para ese sosiego interior que encontraba el poeta místico a su regreso tras sus experiencias extáticas.
Desbordado río Narcea: bravura, fuerza que arrastra árboles que arranca a su paso. Remolinos cargados de rebeldía en cuya superficie se ve a veces la lucha más simbólica.
Desbordado río Narcea. Un alto en el camino que nos confinó de viernes a domingo, sin dejar de conocer lo que ocurría más allá del puente.
Desbordado río Narcea, que hizo emerger también la historia de estos parajes gracias a la fotografía que publicó este periódico. Y es que el secadero de tabaco no deja de ser un testigo de la potencialidad de estas vegas, potencialidad aletargada por nefastas políticas para el sector.
Desbordado río Narcea, con menos salmones y anguilas, con menos vida, a resultas, entre otras cosas, de unas políticas medioambientales que se quedan la mayor parte de las veces en retórica.
Desbordado río Narcea. Buceamos en el recuerdo, nos encaminamos al ensimismamiento, alejándonos del ruido y la furia de la actualidad, citándonos con la lectura, mientras el viento hacía de altavoz de la enorme crecida, a modo de caracola, los rabiones se acercaban a nuestros oídos, mientras que las miradas buscaban el río cada vez más crecido, alimentándose con voracidad de una lluvia que no cesaba ni daba tregua.
http://www.lne.es/multimedia/imagenes.jsp?pRef=2013012200_41_1357365__Occidente-Desbordado-Narcea
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