LA NUEVA ESPAÑA 27-02-07 L´ ACEBAL
LA ALDEA PERDIDA
La diferencia de altitud entre L'Acebal y Las Gallinas es de 250 metros; ladistancia entre La Peña y Las Gallinas alcanza los 4,5 kilómetros. Ladistancia entre Las Gallinas y L'Acebal es de más o menos 4 kilómetros.El recorrido es muy fácil de caminar, aunque con alguna pendiente. Todopor carretera en más o menos buen estado.
Campo CARAVERA
«La aldea perdida» es el título de la famosa novela de nuestro insigne escritor Armando Palacio Valdés. En ella se narra la desaparición de la cultura de la aldea a manos de la revolución industrial y minera.
No es éste el tema, pero podría serlo, pues la aldea se nos muere. Causa infinita tristeza patear por medio de un pueblo y oír solamente el silencio, si el día está en calma, o el silbar del viento, si lo hace en una jornada ventosa. Muchos pueblos están vacíos, o en trámite. De vez en cuando, alguna persona mayor se asoma a alguna ventana de alguna casa. Nada más. ¡Cuánto se echa de menos el griterío de los niños correteando por estos lares!
Un día de éstos arribamos a la villa de Salas, con sus preciosos rincones, destacando sobre todo la torre medieval, que alberga un pequeño museo con las piezas de arte prerrománico encontradas en la próxima iglesia de San Martín y la colegiata con el archiconocido sepulcro realizado por Pompeo Leoni, donde se halla enterrado el que fuera impulsor de la Universidad de Oviedo e inquisidor general, el obispo Valdés Salas.
Pero hay más cosas que admirar en la villa, tales como el tejo que hay en el cementerio, justo al lado de la iglesia ya antes mencionada de San Martín, y un romántico parque con sus fuentes y sus parterres, amén de casonas, blasonadas algunas de ellas, que hay por aquí y por allá.
Pero después de pasear por la tranquilidad de la villa, madre de los afamados «carajitos del profesor», y de tomarnos unos «piscolabis», de nuevo en el coche, fuimos ascendiendo por la carretera que se dirige hacia La Espina, la N-634. Unos kilómetros más arriba, en una localidad llamada La Peña, nos desviamos a la derecha y comenzamos una ruta que tanto se puede hacer a pie como (iba a decir a caballo) en coche. Por cierto que a caballo también, faltaría más.
La carretera es estrecha y con muchas curvas, pero poco transitada, cosa importante para el peatón.
Dejando La Peña- encontramos El Escobedal, muy cerquita. Luego Valloria. La Corra está a continuación. Llegamos entonces a un cruce con unas señales donde - podemos leer: a la izquierda: Las Gallinas y a la derecha: Las Centiniegas.
Giramos hacia la izquierda, aunque también lo podríamos hacer hacia la derecha e investigar por este lado, pero lo dejaremos para otro momento.
La carretera ahora se hace pendiente y sinuosa, transcurriendo entre la foresta, dónde abundan los pinos, los abedules y los salgueros. Un kilómetro nos indicaba la señal y, en efecto, ahí está el pueblo de Las Gallinas. Justo al lado de la primera casa de la derecha, según llegamos, vemos, escarba que te escarba, un gallo « roxo» con su harén de gallinas, dando por bueno el nombre del pueblo.
A la entrada hay, asimismo, un cruce. No sé por qué hemos hecho un giro, otra vez a la izquierda, y al lado de una ermita, con señales y restos de haber habido fiesta, se encuentra un buen lugar para aparcar (si es que no lo hemos hecho con anterioridad).
Y, tras otear el paisaje, ¡rumbo a lo desconocido! Puesto que nada ni nadie nos indica adónde va el camino que tenemos bajo nuestros pies.
Por la izquierda, pinares; por la derecha, praderas y un rosario de pueblos que se van dejando ver en la lejanía, a medida que avanzamos. Por fin, encontramos un letrero: Bustoto, con una flecha apuntando hacia uno de los dos ramales en que se divide la pista. Seguimos por el otro para ver si había otra sorpresa, pero no. Dimos con Bustoto, pero por la retaguardia. Las señales de vida eran: un camión aparcado delante de una casa -posiblemente de indianos o cubanos, como dirían por la zona- y un perro negro que ni abrió un ojo a nuestro paso. Bueno, en un prado no muy lejano al pueblecito pastaban unas ovejas.
A la vuelta pudimos constatar que hay más vida, pues nos topamos de cara con dos niños, o mejor dicho, una niña y un preadolescente, preciosos, morenitos, dominicanos diría yo, que sonrientes nos saludaron -todo cortesía- cuando pasaron a nuestro lado.
El camino continúa y después de pasar por bosques de castaños, robles, pinos y alisos con especímenes acá y allá de tejos, acebos y laureles-cerezo se llega a L'Acebal (El Acebal o La Acebal).
Detrás del letrero del pueblo, haciendo justicia a su nombre, un hermoso acebo luce, como insuperable adorno navideño, la grandiosa monocromía de sus bayas rojas, que, con el trasfondo verde brillante de sus hojas, hace un conjunto digno de admiración.
A la izquierda de la carretera se ve la casona de la nobleza, cuadrada, amplia, hermética, que incluye, a unos pocos metros, capilla de sillería muy bien conservada y de muy buena factura.
A la derecha del camino, el núcleo rural -La Aldea Perdida -.Casas bien conservadas, salvo dos hórreos al final de la calle, con balconadas y corredores siguiendo una sola calle, por la que se entra y por la que se sale. Sólo en una de las casas hemos visto señales inequívocas de labor aldeana: hierba verde, recién segada, palas, rastrillos o «garabatos» y madreñas.
Pasamos calle abajo y calle arriba y destaca la limpieza de los rincones donde antaño tuvo que haber habido leña para la cocina y el horno, «yestru» o «berizu» para la cama de las vacas y las tenadas con la hierba seca para el invierno.
Ni una voz, ni un perro nos salió al encuentro, ni de ninguna chimenea salía humo que pudiera denotar la presencia humana en todo el lugar, menos en la primera casa según comienza el pueblo, que, por cierto, por- su parte trasera se encuentra defendida por un seto de tejos de más de cuatro metros de altura por más de dos de ancho, perfectamente recortado, que nos llamó la atención, pues no podíamos explicarnos cómo pudieron hacer tamaño trabajo. La carretera continúa, ahora más ancha y mejor cuidada. Posiblemente es la más usada para llegar a L'Acebal. Una señal indica: a La Espina, 6 kilómetros.
Volvimos por donde vinimos, con un cierto sabor agridulce en la boca. Perdidos en la soledad de la inmensidad, aquellos pueblecitos claman por ruido de madreñas, mugidos de vacas, voces rudas y menos rudas de hombres y mujeres y risas argentinas e inocentes de niños que correteen y jueguen a la «queda» o al «esconderite», como debió de ocurrir durante cientos de años.
La diferencia de altitud entre L'Acebal y Las Gallinas es de 250 metros; ladistancia entre La Peña y Las Gallinas alcanza los 4,5 kilómetros. Ladistancia entre Las Gallinas y L'Acebal es de más o menos 4 kilómetros.El recorrido es muy fácil de caminar, aunque con alguna pendiente. Todopor carretera en más o menos buen estado.
Campo CARAVERA
«La aldea perdida» es el título de la famosa novela de nuestro insigne escritor Armando Palacio Valdés. En ella se narra la desaparición de la cultura de la aldea a manos de la revolución industrial y minera.
No es éste el tema, pero podría serlo, pues la aldea se nos muere. Causa infinita tristeza patear por medio de un pueblo y oír solamente el silencio, si el día está en calma, o el silbar del viento, si lo hace en una jornada ventosa. Muchos pueblos están vacíos, o en trámite. De vez en cuando, alguna persona mayor se asoma a alguna ventana de alguna casa. Nada más. ¡Cuánto se echa de menos el griterío de los niños correteando por estos lares!
Un día de éstos arribamos a la villa de Salas, con sus preciosos rincones, destacando sobre todo la torre medieval, que alberga un pequeño museo con las piezas de arte prerrománico encontradas en la próxima iglesia de San Martín y la colegiata con el archiconocido sepulcro realizado por Pompeo Leoni, donde se halla enterrado el que fuera impulsor de la Universidad de Oviedo e inquisidor general, el obispo Valdés Salas.
Pero hay más cosas que admirar en la villa, tales como el tejo que hay en el cementerio, justo al lado de la iglesia ya antes mencionada de San Martín, y un romántico parque con sus fuentes y sus parterres, amén de casonas, blasonadas algunas de ellas, que hay por aquí y por allá.
Pero después de pasear por la tranquilidad de la villa, madre de los afamados «carajitos del profesor», y de tomarnos unos «piscolabis», de nuevo en el coche, fuimos ascendiendo por la carretera que se dirige hacia La Espina, la N-634. Unos kilómetros más arriba, en una localidad llamada La Peña, nos desviamos a la derecha y comenzamos una ruta que tanto se puede hacer a pie como (iba a decir a caballo) en coche. Por cierto que a caballo también, faltaría más.
La carretera es estrecha y con muchas curvas, pero poco transitada, cosa importante para el peatón.
Dejando La Peña- encontramos El Escobedal, muy cerquita. Luego Valloria. La Corra está a continuación. Llegamos entonces a un cruce con unas señales donde - podemos leer: a la izquierda: Las Gallinas y a la derecha: Las Centiniegas.
Giramos hacia la izquierda, aunque también lo podríamos hacer hacia la derecha e investigar por este lado, pero lo dejaremos para otro momento.
La carretera ahora se hace pendiente y sinuosa, transcurriendo entre la foresta, dónde abundan los pinos, los abedules y los salgueros. Un kilómetro nos indicaba la señal y, en efecto, ahí está el pueblo de Las Gallinas. Justo al lado de la primera casa de la derecha, según llegamos, vemos, escarba que te escarba, un gallo « roxo» con su harén de gallinas, dando por bueno el nombre del pueblo.
A la entrada hay, asimismo, un cruce. No sé por qué hemos hecho un giro, otra vez a la izquierda, y al lado de una ermita, con señales y restos de haber habido fiesta, se encuentra un buen lugar para aparcar (si es que no lo hemos hecho con anterioridad).
Y, tras otear el paisaje, ¡rumbo a lo desconocido! Puesto que nada ni nadie nos indica adónde va el camino que tenemos bajo nuestros pies.
Por la izquierda, pinares; por la derecha, praderas y un rosario de pueblos que se van dejando ver en la lejanía, a medida que avanzamos. Por fin, encontramos un letrero: Bustoto, con una flecha apuntando hacia uno de los dos ramales en que se divide la pista. Seguimos por el otro para ver si había otra sorpresa, pero no. Dimos con Bustoto, pero por la retaguardia. Las señales de vida eran: un camión aparcado delante de una casa -posiblemente de indianos o cubanos, como dirían por la zona- y un perro negro que ni abrió un ojo a nuestro paso. Bueno, en un prado no muy lejano al pueblecito pastaban unas ovejas.
A la vuelta pudimos constatar que hay más vida, pues nos topamos de cara con dos niños, o mejor dicho, una niña y un preadolescente, preciosos, morenitos, dominicanos diría yo, que sonrientes nos saludaron -todo cortesía- cuando pasaron a nuestro lado.
El camino continúa y después de pasar por bosques de castaños, robles, pinos y alisos con especímenes acá y allá de tejos, acebos y laureles-cerezo se llega a L'Acebal (El Acebal o La Acebal).
Detrás del letrero del pueblo, haciendo justicia a su nombre, un hermoso acebo luce, como insuperable adorno navideño, la grandiosa monocromía de sus bayas rojas, que, con el trasfondo verde brillante de sus hojas, hace un conjunto digno de admiración.
A la izquierda de la carretera se ve la casona de la nobleza, cuadrada, amplia, hermética, que incluye, a unos pocos metros, capilla de sillería muy bien conservada y de muy buena factura.
A la derecha del camino, el núcleo rural -La Aldea Perdida -.Casas bien conservadas, salvo dos hórreos al final de la calle, con balconadas y corredores siguiendo una sola calle, por la que se entra y por la que se sale. Sólo en una de las casas hemos visto señales inequívocas de labor aldeana: hierba verde, recién segada, palas, rastrillos o «garabatos» y madreñas.
Pasamos calle abajo y calle arriba y destaca la limpieza de los rincones donde antaño tuvo que haber habido leña para la cocina y el horno, «yestru» o «berizu» para la cama de las vacas y las tenadas con la hierba seca para el invierno.
Ni una voz, ni un perro nos salió al encuentro, ni de ninguna chimenea salía humo que pudiera denotar la presencia humana en todo el lugar, menos en la primera casa según comienza el pueblo, que, por cierto, por- su parte trasera se encuentra defendida por un seto de tejos de más de cuatro metros de altura por más de dos de ancho, perfectamente recortado, que nos llamó la atención, pues no podíamos explicarnos cómo pudieron hacer tamaño trabajo. La carretera continúa, ahora más ancha y mejor cuidada. Posiblemente es la más usada para llegar a L'Acebal. Una señal indica: a La Espina, 6 kilómetros.
Volvimos por donde vinimos, con un cierto sabor agridulce en la boca. Perdidos en la soledad de la inmensidad, aquellos pueblecitos claman por ruido de madreñas, mugidos de vacas, voces rudas y menos rudas de hombres y mujeres y risas argentinas e inocentes de niños que correteen y jueguen a la «queda» o al «esconderite», como debió de ocurrir durante cientos de años.
1 Comments:
L´Acebal, o La Acebal, como se quiera llamar, es una belleza de aldea o braña. Lo pude comprobar en la caminata que hicimos el otro día. ¡Estos enclaves humanos no pueden desaparecer!
Publicar un comentario
<< Home