LA NUEVA ESPAÑA 18-07-07 La huerta del revés
CELSA DÍAZ ALONSO
Tal vez sea el cambio climático la causa del desbarajuste hortícola, pero el resultado es que ya no sabe una a qué atenerse.
Las fabas se niegan a salir hasta que no reduzcamos la emisión de gases con efecto invernadero. Alegan que, de seguir así, su cultivo tendrá que desplazarse a regiones más septentrionales, y eso de marcharse de aquí y ser una leyenda urbana no las convence nada de nada.
También las zanahorias persisten en un estado embrionario hasta que el nuevo ministro de Sanidad no reivindique su importancia («poner en valor», dicen ellas) en la dieta mediterránea.
Esto no es nada comparado con el guirigay que han montado con la enseñanza. A las berzas más eminentes del cosmos pedagógico, que llevan muchísimo tiempo elaborando el plan educativo del nuevo currículo avanzao (PENCA), se les ha ocurrido que la solución para que todas las lechugas puedan pasar de contemplarse la radícula en el semillero a cantar el «gaudeamus» en la huerta es no exigir talla mínima (incluso hay un plan de trasplante para aquellas que no hayan brotado), y garantizan así un éxito burocrático de germinación del 100 por ciento.
Un pepinillo me ha hecho notar que el tubérculo mayor que rige los destinos de las huertas astures, y que en su día fue una patata roja, y la acelga que manda en la educación, que procede de huertas conventuales, coincidieron en una juventud reivindicativa y chiripitifláutica. Que cada dos por tres se solidarizaban con las ovejas merinas o los espárragos de Logroño.
-Son de esa quinta que lleva por bandera las revueltas hortofrutícolas que hubo en París hace mucho tiempo -indica mi interlocutor-, y resulta que con la PENCA restringieron el derecho a la huelga de las hortalizas escolarizadas en el semillero, hasta el punto de que está prohibida. «Es que nosotros sí éramos guais y sabíamos hacerlo bien, y como seguimos siendo chachis, hemos de velar por tanto obsecuente», declaran en tono orgulloso. Lo normal en esa quinta hipócrita y traidora, insiste el pepinillo.
En lo único que siempre parecieron estar todos de acuerdo fue en utilizar ese exquisito lenguaje políticamente correcto, fruto de una posmodernidad que degeneró en un pensamiento que, de puro blando, resulta acuoso, así que una ola de puritanismo laico lo invade todo, especialmente entre los pimientos rojos. Y, aunque alguna legumbre había comentado por lo bajini que ya tenía hinchados los nódulos radicales con tanta historia, el desmadre se montó hace tiempo, cuando el patriarca del PP (Pimientos del Padrón) sacó las raíces del tiesto, declarando a voces que a él nadie le decía lo que tenía que picar y que si le daba la gana se ponía como una guindilla macerada en buen vino de Ribera de Duero, por muy amigo que fuera del pimiento italiano. El caso es que ahora sus seguidores en las huertas de los alrededores de Paraxes son los que defienden posturas tradicionalmente coreadas por los susodichos pimientos rojos (¡subestaciones eléctricas, no!). Así las cosas, no sería de extrañar que las juventudes de los Pimientos del Padrón, siempre notablemente carcas, pías y rancias, estén pensando en reivindicar sexo, drogas y rock and roll.
Qué raros son los vegetales.
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