LA NUEVA ESPAÑA 16-10-07 Nuestra herencia
Cartas al Director
A través de un artículo de don Luis Arias conocemos el inicio de una prospección minera en las laderas de sierra Sollera. Ya no sorprende que una nueva explotación a cielo abierto surja en un concejo -el de Salas- agujereado como un queso gruyer de ellas, sino el triste simbolismo que encierra tal hecho. En la cima de esa sierra cuelga el pomposo cartel de «Puerta de Occidente», y, entre la habitual bruma, se distingue a la vez la costa y la sombra oscura de las montañas del Sur. Tampoco sorprende el silencio con el que estas empresas de ocasión logran aposentar sus reales en una comarca con el índice de despoblamiento mayor de Europa Occidental, sin que nadie explique a nadie qué puede ocurrir con los acuíferos que van a parar al Narcea. Parece que desde la torre de la Laboral no hay bruma y lo que se otea al Oeste es un horizonte de ladrillo al mar y de minas hacia la tierra. Las necesarias vías de comunicación, parece que más que habitantes -ya casi no quedan-, van a conectar canteras desde Salave hasta sierra Sollera.
Hablo de Far West astur. De un lugar donde desaparecen cada día explotaciones ganaderas y vegas fértiles ante la resignación de una población vencida, envejecida y desarmada que se entera por un corto de prensa en LA NUEVA ESPAÑA de que se lavan minerales de medio mundo en cualquiera de sus laderas.
Lo que realmente sorprende es la indiferencia con que aceptamos esta callada invasión. Si las vegas las ocupan las autopistas y las montañas se las quedan las Gold Mines alguien debería preguntarse en qué puede acabar la agricultura moderna y el turismo de calidad. Ya sé que no es fácil averiguar hacia dónde vamos, pero sí sabemos de donde venimos. Apenas hace dos generaciones de aquí se empezó a marchar la gente. Huían del minifundio, de la miseria, de la mili en Marruecos. Con sus huesos abonaron Cienfuegos, La Habana, Oaxaca y Montevideo. Miro las fotografías sepia y en sus ojos, que son los míos, descubro que lo hubieran vendido todo por escapar a ese destino ingrato. Todo: la sangre, el cucho, la manteca. Todo menos lo importante, lo que jamás se toca, nuestra herencia: el agua, el aire, el grito de los peces, el hambre sagrada de las piedras.
José Luis Fernández López
Gijón
A través de un artículo de don Luis Arias conocemos el inicio de una prospección minera en las laderas de sierra Sollera. Ya no sorprende que una nueva explotación a cielo abierto surja en un concejo -el de Salas- agujereado como un queso gruyer de ellas, sino el triste simbolismo que encierra tal hecho. En la cima de esa sierra cuelga el pomposo cartel de «Puerta de Occidente», y, entre la habitual bruma, se distingue a la vez la costa y la sombra oscura de las montañas del Sur. Tampoco sorprende el silencio con el que estas empresas de ocasión logran aposentar sus reales en una comarca con el índice de despoblamiento mayor de Europa Occidental, sin que nadie explique a nadie qué puede ocurrir con los acuíferos que van a parar al Narcea. Parece que desde la torre de la Laboral no hay bruma y lo que se otea al Oeste es un horizonte de ladrillo al mar y de minas hacia la tierra. Las necesarias vías de comunicación, parece que más que habitantes -ya casi no quedan-, van a conectar canteras desde Salave hasta sierra Sollera.
Hablo de Far West astur. De un lugar donde desaparecen cada día explotaciones ganaderas y vegas fértiles ante la resignación de una población vencida, envejecida y desarmada que se entera por un corto de prensa en LA NUEVA ESPAÑA de que se lavan minerales de medio mundo en cualquiera de sus laderas.
Lo que realmente sorprende es la indiferencia con que aceptamos esta callada invasión. Si las vegas las ocupan las autopistas y las montañas se las quedan las Gold Mines alguien debería preguntarse en qué puede acabar la agricultura moderna y el turismo de calidad. Ya sé que no es fácil averiguar hacia dónde vamos, pero sí sabemos de donde venimos. Apenas hace dos generaciones de aquí se empezó a marchar la gente. Huían del minifundio, de la miseria, de la mili en Marruecos. Con sus huesos abonaron Cienfuegos, La Habana, Oaxaca y Montevideo. Miro las fotografías sepia y en sus ojos, que son los míos, descubro que lo hubieran vendido todo por escapar a ese destino ingrato. Todo: la sangre, el cucho, la manteca. Todo menos lo importante, lo que jamás se toca, nuestra herencia: el agua, el aire, el grito de los peces, el hambre sagrada de las piedras.
José Luis Fernández López
Gijón
1 Comments:
¿A nadie se le enciende la cara de vergüenza, leyendo esto?
¿Es ésta la Asturias que recibirá en breve a Al Gore?
¡Ay!
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