LA NUEVA ESPAÑA 02-04-10 Ayuno y abstinencia en los ríos asturianos
Sobre el atípico comienzo de la temporada salmonera
LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES
Triste Semana Santa sin apenas pescadores en los ríos. Se diría que se está rompiendo cada vez más el hechizo de estas vegas y valles al no presentirse la subida de salmones por el Narcea en estos inicios primaverales. Y eso que, tras un invierno pródigo en nevadas y lluvias, nuestro río, en apariencia, estaría en las mejores condiciones para una buena temporada pesquera. Triste Semana Santa en la que el alma de este río, el salmón, disminuyó su presencia de una forma más que alarmante. Triste Semana Santa en la que estos parajes no sólo explotaban con el colorido y la vitalidad de su paisaje, sino también con el regreso del pez mágico. Triste Semana Santa para la hostelería de la zona, tal y como reflejaba el reportaje que publicó el pasado martes en este periódico Lorena Valdés.
Recuerdo una canción de Serrat a principios de los ochenta en la que se mostraba, como nosotros ahora, abatido e indignado al ver su mar hecho una cloaca. Y hablaba de la ignorancia y de la mala leche como principales causas del desolador estado que mostraba su Mediterráneo. Lo malo es que no contamos ni con un cantautor ni con un poeta que den buena cuenta, con una estética apropiada, de la ruina que sufre este río. Lo malo es que la ignorancia y la incompetencia, en el caso de los responsables políticos, no son ni pueden ser eximentes. Lo malo es que, en lugar de asumir con realismo el estado de la cuestión para poner soluciones, lo que se hace, en todo caso, son huidas hacia delante que plasman una estética hortera y una capacidad de análisis, más aún que pobre, nula.
Miren, quien esto escribe vive en un pueblo ubicado en lo que llaman «ruta del salmón» en el bajo Narcea. Pues bien, los ruteros que por aquí se acercan se encuentran entre otras cosas, transitando un pueblo ribereño que no cuenta con saneamiento. Y se encuentran también en unos parajes que tuvieron, hasta no hace mucho tiempo, una riqueza pesquera que impresionaba a cualquiera, y no sólo por sus salmones, sino también por sus truchas, anguilas y reos.
Bien sabemos que lamentarse sólo podría servirnos, en el mejor de los casos, de un desahogo momentáneo que a la larga no puede aliviar la desesperación que esto produce. Pero, más allá de todo esto, lo peor de todo es que no se ve por sitio alguno voluntad política, no ya de resolver el problema, sino ni siquiera de afrontarlo. ¿Para qué tener en cuenta un número de votos que, por la despoblación continua, va en retroceso? ¿Para qué tener en cuenta una hostelería que cada vez tiene menos que ofrecer en lo que a productos de la tierra y el río se refiere, pues, con la reconversión brutal del campo y con las políticas seguidas en los últimos años, se consiguió que unas vegas enormemente fértiles estén cada vez más abandonadas?
A poco que se viaje por distintas comarcas de nuestro país se percibe que, en la medida de lo posible, lo que se hace es fomentar el turismo. Pues bien, lo que aquí sucede es todo lo contrario. Y, para mayor baldón, nadie en la vida pública alza la voz contra lo que está ocurriendo, pues tiempo llevamos incurriendo en el peor de los fatalismos, resignados a que se sepulte una riqueza natural que, incomprensiblemente, no cuenta con políticas para ser debidamente explotada.
Nadie lo niega, algo había que decidir ante la inquietante disminución de salmones que se manifestó con toda su crudeza la pasada temporada. Para unos, las medidas restrictivas son exageradas; para otros, insuficientes. Convencido estoy, no obstante, de que, para empezar, aquí se están dando palos de ciego y, para seguir, lo único que se está haciendo, en el mejor de los casos, es poner parches.
¿Alguien puede entender, de otro lado, que las instituciones políticas responsables del cuidado de los ríos en nuestra tierra se llenen de expertos que, a la hora de los hechos, no sólo nada resuelven, sino que ni siquiera se toman la molestia de dar explicaciones plausibles sobre lo que está ocurriendo?
Confieso que le tengo miedo a doña Belén Fernández, tan amante del fárrago cuando escribe, tan propensa a una prosa que no es más que un amasijo de obviedades recubiertas con el lacito de lo políticamente correcto y de alguna petulancia que lanza al vuelo. Pero podría darnos a todos alguna que otra alegría, al menos como la excepción que rompe la regla. ¿Tendría, por ejemplo, a bien informarnos sobre el cumplimiento que se exige con respecto a la legislación medioambiental a las empresas que tienen actividades que repercuten en los ríos y, más concretamente, en el Narcea? ¿O es que, como también tengo escrito, aquí sólo se trata de multar a quien arranca un palo a las orillas del río?
¿Quién nos iba a decir que en la aconfesional España (ji, ji, ji) el ayuno y la abstinencia que tan celosamente se respetaron durante tanto tiempo en estas fechas de la Semana Santa acabarían afectando a la pesca y al pescado fluviales? ¿Es éste el sacrificio que se nos exige en la Semana de Pasión posmoderna en Asturias? ¡Qué sorpresas nos da la vida!
Y, de otro lado, aunque la complejidad en cuanto al salmón es grande y no depende sólo de lo que pase en los ríos, acaso algo se podría explicar con respecto a la disminución no menor de las truchas. Pero, nada, a doña Belén no le pregunten al respecto, porque ni ella ni sus colaboradores tienen respuesta. Les basta con restringir la pesca y con mirar para otro lado en asuntos medioambientales.
Sólo nos cabe esperar que las orillas del Narcea acaben siendo un parque temático de una pesca que sólo pertenece al pasado. Sólo nos cabe la convicción de que, también en materia de pesca, ningún responsable político cobra por sus resultados, en cuyo caso se ahorraría un «montonín» de dinero público.
http://www.lne.es/opinion/2010/04/02/ayuno-abstinencia-rios-asturianos/895367.html
Triste Semana Santa sin apenas pescadores en los ríos. Se diría que se está rompiendo cada vez más el hechizo de estas vegas y valles al no presentirse la subida de salmones por el Narcea en estos inicios primaverales. Y eso que, tras un invierno pródigo en nevadas y lluvias, nuestro río, en apariencia, estaría en las mejores condiciones para una buena temporada pesquera. Triste Semana Santa en la que el alma de este río, el salmón, disminuyó su presencia de una forma más que alarmante. Triste Semana Santa en la que estos parajes no sólo explotaban con el colorido y la vitalidad de su paisaje, sino también con el regreso del pez mágico. Triste Semana Santa para la hostelería de la zona, tal y como reflejaba el reportaje que publicó el pasado martes en este periódico Lorena Valdés.
Recuerdo una canción de Serrat a principios de los ochenta en la que se mostraba, como nosotros ahora, abatido e indignado al ver su mar hecho una cloaca. Y hablaba de la ignorancia y de la mala leche como principales causas del desolador estado que mostraba su Mediterráneo. Lo malo es que no contamos ni con un cantautor ni con un poeta que den buena cuenta, con una estética apropiada, de la ruina que sufre este río. Lo malo es que la ignorancia y la incompetencia, en el caso de los responsables políticos, no son ni pueden ser eximentes. Lo malo es que, en lugar de asumir con realismo el estado de la cuestión para poner soluciones, lo que se hace, en todo caso, son huidas hacia delante que plasman una estética hortera y una capacidad de análisis, más aún que pobre, nula.
Miren, quien esto escribe vive en un pueblo ubicado en lo que llaman «ruta del salmón» en el bajo Narcea. Pues bien, los ruteros que por aquí se acercan se encuentran entre otras cosas, transitando un pueblo ribereño que no cuenta con saneamiento. Y se encuentran también en unos parajes que tuvieron, hasta no hace mucho tiempo, una riqueza pesquera que impresionaba a cualquiera, y no sólo por sus salmones, sino también por sus truchas, anguilas y reos.
Bien sabemos que lamentarse sólo podría servirnos, en el mejor de los casos, de un desahogo momentáneo que a la larga no puede aliviar la desesperación que esto produce. Pero, más allá de todo esto, lo peor de todo es que no se ve por sitio alguno voluntad política, no ya de resolver el problema, sino ni siquiera de afrontarlo. ¿Para qué tener en cuenta un número de votos que, por la despoblación continua, va en retroceso? ¿Para qué tener en cuenta una hostelería que cada vez tiene menos que ofrecer en lo que a productos de la tierra y el río se refiere, pues, con la reconversión brutal del campo y con las políticas seguidas en los últimos años, se consiguió que unas vegas enormemente fértiles estén cada vez más abandonadas?
A poco que se viaje por distintas comarcas de nuestro país se percibe que, en la medida de lo posible, lo que se hace es fomentar el turismo. Pues bien, lo que aquí sucede es todo lo contrario. Y, para mayor baldón, nadie en la vida pública alza la voz contra lo que está ocurriendo, pues tiempo llevamos incurriendo en el peor de los fatalismos, resignados a que se sepulte una riqueza natural que, incomprensiblemente, no cuenta con políticas para ser debidamente explotada.
Nadie lo niega, algo había que decidir ante la inquietante disminución de salmones que se manifestó con toda su crudeza la pasada temporada. Para unos, las medidas restrictivas son exageradas; para otros, insuficientes. Convencido estoy, no obstante, de que, para empezar, aquí se están dando palos de ciego y, para seguir, lo único que se está haciendo, en el mejor de los casos, es poner parches.
¿Alguien puede entender, de otro lado, que las instituciones políticas responsables del cuidado de los ríos en nuestra tierra se llenen de expertos que, a la hora de los hechos, no sólo nada resuelven, sino que ni siquiera se toman la molestia de dar explicaciones plausibles sobre lo que está ocurriendo?
Confieso que le tengo miedo a doña Belén Fernández, tan amante del fárrago cuando escribe, tan propensa a una prosa que no es más que un amasijo de obviedades recubiertas con el lacito de lo políticamente correcto y de alguna petulancia que lanza al vuelo. Pero podría darnos a todos alguna que otra alegría, al menos como la excepción que rompe la regla. ¿Tendría, por ejemplo, a bien informarnos sobre el cumplimiento que se exige con respecto a la legislación medioambiental a las empresas que tienen actividades que repercuten en los ríos y, más concretamente, en el Narcea? ¿O es que, como también tengo escrito, aquí sólo se trata de multar a quien arranca un palo a las orillas del río?
¿Quién nos iba a decir que en la aconfesional España (ji, ji, ji) el ayuno y la abstinencia que tan celosamente se respetaron durante tanto tiempo en estas fechas de la Semana Santa acabarían afectando a la pesca y al pescado fluviales? ¿Es éste el sacrificio que se nos exige en la Semana de Pasión posmoderna en Asturias? ¡Qué sorpresas nos da la vida!
Y, de otro lado, aunque la complejidad en cuanto al salmón es grande y no depende sólo de lo que pase en los ríos, acaso algo se podría explicar con respecto a la disminución no menor de las truchas. Pero, nada, a doña Belén no le pregunten al respecto, porque ni ella ni sus colaboradores tienen respuesta. Les basta con restringir la pesca y con mirar para otro lado en asuntos medioambientales.
Sólo nos cabe esperar que las orillas del Narcea acaben siendo un parque temático de una pesca que sólo pertenece al pasado. Sólo nos cabe la convicción de que, también en materia de pesca, ningún responsable político cobra por sus resultados, en cuyo caso se ahorraría un «montonín» de dinero público.
http://www.lne.es/opinion/2010/04/02/ayuno-abstinencia-rios-asturianos/895367.html
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