16 agosto, 2007

LA NUEVA ESPAÑA 16-08-07 EL VISO LLENA


Salas disfrutó de una jornada de procesiones que concluyó con una fartura campestre
Salas, Rodrigo NEIRA
Parece que nadie sabe fijar en Salas cuándo se celebró la primera edición de la romería campestre de Nuestra Señora del Viso. Una romera que subía por la angosta y desconchada carretera que conduce a la ermita afirmaba que la celebración está documentada a mediados del siglo XIX. Hay quien asegura, de paso, proceder de una «estirpe» de romeros: «Sólo sé», afirmaba otra romera que se encontraba departiendo con la anterior, «que mi abuela ya venía a la fiesta del Viso, y mis padres».
Los romeros que acuden a la procesión de las doce deben acometer arduos repechos entre el pinar que alberga la comida campestre y la ermita. Suben familias que cargan con mantas, toallas, bolsas, nevera y sillas y mesas plegables; los adolescentes se arrellanan bajo los pinos y descorchan con ansiedad botellas de sidra. El tráfago es incesante. La carretera se reduce porque centenares de coches ocupan las márgenes. «Os quedan unos veinte minutos si subís andando», avisaba una romera. «Yo tardé antes diez en coche
La procesión de la romería del Viso recorre quinientos metros hasta el umbral de la ermita; el tráfico debe detenerse, y los coches de quienes han rechazado pagar los tres euros que cuesta el precario aparcamiento dispuesto en una pradera quedan encajonados en la caravana que se forma. Los romeros se agrupan en torno al cura y se inicia la procesión hasta la ermita, donde se celebra una misa rutinaria.».
El viento se filtraba entre las ramas de los pinos que ceñían la carretera y producía un ronquido atronador. En la cola de la procesión algunos romeros se quejaban de lo picajoso del sol, que hacía barruntar una tormenta: «Si hay sol hay que aguantarlo», sentenciaba un hombre, aparentemente romero veterano, «como si llueve o hay viento». Un vendedor de rifas se deslizaba entre los asistentes susurrando para que sus exhortaciones no conturbaran a los feligresesSin embargo, no todos atendían al cura: una muchacha rastreaba las márgenes de la carretera buscando piñas; otros constataban que la asistencia había sido inferior a otros años. Un camión surtía de helados a los romeros mientras el cura oficiaba la misa. Habría sido bueno el negocio de un paragüero: muchos paraguas sobresalían entre el mar de cabezas que rodeaba a la Virgen. Los romeros, que acaso los trajeron persuadidos por el tímido orbayu de la mañana, los habían «reciclado» en sombrillas..

La procesión se desplazó al pinar dispuesto por la cofradía para que los romeros disfrutasen de la comida campestre. Había guirnaldas que colgaban de los árboles y puestos que vendían globos y baratijas; las familias se reunían en torno a mesas plegables que mostraban tentadoras empanadas y botellas de sidra; sorprendía alguna parrilla improvisada con una repisa, una bombona de butano y cuatro ladrillos. La Cofradía de Nuestra Señora del Viso colocó unas mesas que servían como barra de bar, y las botellas se amontonaban en varias bañeras, listas para descorchar una alegría de buena cosecha.