19 junio, 2010

LA NUEVA ESPAÑA 19-06-10 Tras las riadas







LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES

Por el Narcea, bajaban troncos, se multiplicaban los rabiones y la niebla se desplegaba hasta las orillas. Lo que hubo fue mucho más allá de lo que se espera de las tormentas primaverales. Fue una tromba de agua que apenas dejó tregua entre el pasado fin de semana y el martes de la actual. Los ríos crecían, los manantiales reventaban y muchos regueros reaparecían enloquecidos, al tiempo que nuestros ánimos se encogían y arrugaban, sintiéndonos inermes e indefensos ante lo que estaba cayendo.
Mirar al cielo deseando que parase de llover; observar las vegas y los caminos con temor y temblor por las inundaciones; recordar experiencias similares; estar alerta ante lo que pudiera ocurrir.
Pocas veces la inmediatez es tan abrumadora y absorbente. Pocas veces, la espera es tan intensa y se constriñe tanto en el espacio y en el tiempo.
Cuando escribo estas líneas, el sol de junio se abre paso entre las nubes viajeras, que presentan resistencia a retirarse. El Narcea baja aún muy crecido. El paisaje sigue presentando las secuelas de las lluvias. Tierras anegadas, barro, charcos, desprendimientos.
Hay quien recuerda que en "turbiadas" como ésta, años atrás, las anguilas proliferaban de forma espectacular. Hay quien relata antiguas riadas. Hay quien repite que el agua desbordada es tan diabólica como el fuego, siempre encuentra sitio para expandirse y no hay manera de controlarla.
Pero, más allá de lo inevitable, más allá del recordatorio de que, aunque creamos lo contrario, no dominamos la naturaleza, lo que se puso de manifiesto en estos días de desbordamientos es, como oportunamente recuerda este periódico en su editorial, el afloramiento de ciertas imprevisiones para las que nunca hay responsabilidad.
Nos visita la ministra y su prédica es, claro está, solidaria. Pero, más allá del tiempo que se tardará en restablecer la normalidad en las carreteras, más allá de los daños sufridos en las tierras de labor que aún se cultivan, lo verdaderamente dramático es el momento que viven aquellas personas cuyas casas han sido seriamente dañadas por el temporal, cuando no destrozadas, como ocurrió en Bao.
¿Quién les mirará a los ojos disculpándose por las consecuencias de las imprevisiones? ¿Quién asume que, al margen de las indemnizaciones que puedan recibir, el sufrimiento de estas personas es ya irreparable?
Y, en otro orden de cosas, no sólo bajaban troncos y ramas, empujados por el río embravecido, sino que también naufragaban plásticos y otros materiales de desecho, arrancados por las lluvias de diversos basureros piratas. Y esto también forma parte del capítulo de imprevisiones y de chapuzas de las que nadie asumirá responsabilidad alguna. ¿Para qué?
Les prometo que los veo, con sus tijeras cortando cintas, posando para la efímera foto. Les prometo que los oigo haciendo promesas que sabían de antemano que no iban a cumplir. Les prometo que me llega el eco de muchos de sus discursos hablando de desarrollo sostenible, de preocupación por el medio ambiente y de Dios sabe cuántas monsergas más.
Lo que sucede es que las lluvias torrenciales se encargaron de poner al descubierto la banalidad de sus peroratas. Se diría que, también ellos, naufragan, como los plásticos, sobre las aguas camino de ninguna parte.
Ayer me acerqué a Pravia. Lo cierto es que, si ya el Nalón bajaba desbordado, el empuje del Narcea que llevaba incorporados el Pigüeña y el Nonaya, terminó por reventar todos los cauces, los de siempre y también los improvisados. Lo cierto es también que es tal el amor que uno siente por estas tierras que no puedo no encontrar belleza en cualquiera de los aspectos que el paisaje presente.
El restablecimiento de la normalidad será lento. El recordatorio de estos días tardará en asentarse en el limbo de nuestra memoria. Las inquietudes sufridas no se irán de forma fulminante como algunos sueños cuyo relato no conseguimos atrapar tan pronto nos despertamos.
Y es que otra de las enseñanzas de lo ocurrido, no por sabidas menos provechosas y certeras, consiste en percatarnos de cuáles son en verdad nuestras dependencias más inevitables. Por ejemplo, con ese cielo que nos trajo a mal traer estos días; por ejemplo, con los itinerarios que recorremos diariamente y que, de repente, pueden presentar obstáculos no siempre salvables.
Y, mientras tanto, con toda Asturias alterada por las consecuencias de las fuertes lluvias de estos días, a nuestro caudal de vivencias ha venido a sumarse el acontecimiento de las riadas y desbordamientos.
También somos lo que no pasa, también somos según asumimos lo que nos sucede.
Y, en un momento como éste, cuando un viento suave despereza las ramas de los árboles, cuando los pájaros cantan resguardados en la yedra, cuando el agua de las fincas anegadas brilla haciendo de improvisado espejo de una microscópica parte del paisaje, es imposible desentenderse de lo que acaba de acontecer, y uno piensa en las comunicaciones que se han cortado.
Ahora mismo el camino a Salas es más estrecho y largo al estar cortada la 634 entre Cornellana y la capital del concejo. Ahora mismo, estos parajes viven más a fondo su insularidad tan definitoria de lo que somos, de lo que es Asturias.
Y, en la misma medida que las carreteras se cortan, las aguas se abren paso como las llamas, tomando caminos imprevisibles, sin voluntad alguna de emprender la retirada.

http://www.lne.es/occidente/2010/06/19/riadas/931361.html