08 agosto, 2006

LA NUEVA ESPAÑA 08-08-06 Estos ríos nuestros


JOSÉ DE ARANGO

En los últimos tiempos he bajado con alguna frecuencia hasta tierras alicantinas. Según viajas camino del Mediterráneo, por los pueblos de la Mancha, ya te vas concienciando del grave problema que tiene esa parda tierra: la sequía. O la falta de agua. O la escasez de lluvia. O todo a la vez porque lo uno está relacionado con lo otro. Secarrales que no dan fruto alguno. Plantaciones de tomates que se riegan con un gota a gota, en contraste con la turbulencia con la que uno inunda sus propias tomateras al lado del río Noreña, en la zona rural de Siero. Y haciendo comparaciones casi no se entiende que aquellos frutos manchegos y alicantinos puedan desarrollarse con tanta sed en sus raíces. El gota a gota puede que sea eficaz pero tal parece que los tomates lloran cuando al mediodía están medio agostados por el sol canicular.
En la comarca alicantina, ya en el límite con Valencia, el cronista subió hasta el hermoso pueblo de Lorcha, que era bañado, hasta no hace mucho tiempo, por un caudaloso río de más de treinta metros de anchura. El cauce dividía a la aldea campesina en dos zonas y el río cruzaba, majestuoso, a pie de los caseríos. Cuando uno llegó a Lorcha se encontró con una calle ancha, recién urbanizada, lustrosa, con jardines, con bancos rebosantes de hombres y mujeres -los niños, a lo suyo, jugando por allí- y hubo que preguntar qué había pasado con el río. El médico del pueblo, con el que hubo larga conversación, ecologista él, fue dramático en su respuesta: "El río se ha muerto en la montaña y ya no tenemos agua".
A Lorcha, que apenas si viene en el mapa, le han secado su río. Construyeron, monte arriba, un embalse para llevar al agua a tierras y pueblos de Valencia y a una zona de la propia Alicante. De nada han servido las protestas, las manifestaciones, la rebelión del pueblo en defensa de su río. Ya no hay río. En su cauce, seco por el embalse, han construido una moderna calle primorosamente asfaltada. Del río no queda ni un solo regodón.
Y hay que contar todo esto porque al regreso, ya en la propia parcela asturiana, uno no ha podido por menos de sentarse en la ribera del Aranguín y estar largo tiempo contemplando sus aguas limpias, primorosas, transparentes, incluso abundantes. Y se asomó uno también a la zona alta del río Aller para encontrarse con una artesanal "playa" construida en la ribera, aguas arriba de Collanzo, donde la grey infantil se lo estaba pasando en grande. Un bien cuidado merendero situado en la margen izquierda da opción al visitante a pedir una tortilla y una botella de sidra. Una delicia. Y aguas también limpias, cristalinas, incluso cantarinas al rebasar las piedras del pequeño embalse y hacer cascada río abajo.
Pero no todo es bucólico en nuestros ríos. No todo está como debería de estar. Un recorrido por el cauce del río Noreña, desde su nacimiento en La Collada, hasta la misma villa Condal es suficiente para encontrar toda suerte de basuras, de plásticos, de troncos a la deriva, de lodos, de escombros, de basureros pirata, dando todo ello la impresión de que el río es víctima de muchos desaprensivos que no dudan en arrojar incluso animales muertos al cauce. Si seguimos hacia el occidente, el río Aranguín, que nace en las estribaciones del Pico Aguión, en tierras de Salas y desemboca en el padre Nalón a la altura de Agones, en Pravia, los plásticos que por sus riberas han quedado enganchados en las crecidas de primavera convierten sus márgenes en un variopinto paisaje donde lo negro y lo blanco de esos desperdicios de los embalajes de forrajes ganaderos se combinan de tal forma que hieren nuestras retinas.
Y llegamos, por supuesto, al río Narcea donde el paraje que se ofrece desde su nacimiento hasta su desembocadura en las cercanías de Pravia, es de los más sugestivos de la Asturias suroccidental. Pero este río, según cuentan guardas, pescadores y amigos del paisaje, también recibe toda suerte de basuras ya en pueblos, ya en territorio abierto donde surgen, asimismo, basureros piratas. Tal parece que nuestros ríos asturianos -lo mismo que se dice aquí del Aranguín y el Narcea se podría extrapolar a otros de nuestros ríos ya sean modestos o emblemáticos- son el destino de muchas de las basuras que se generan en los pueblos y sobre todo de esa plaga ecológica que significan las envolturas de los rollos de hierba. Y me dicen los ganaderos que está prohibido quemar los plásticos. También añaden que está prohibido enterrarlos. Se les recomienda que se depositen en los contenedores. Pero dada la dimensión que tienen actualmente muchas de nuestras ganaderías los servicios de recogida de basuras en los pueblos, mediante los consabidos contenedores municipales, son totalmente insuficientes además de que la retirada no se hace a diario. Una sola ganadería podría llenar de plásticos varios contenedores en veinticuatro horas. De ahí que estos plásticos suelen "perderse" por los caminos y terminan, con las lluvias y el viento, en los cauces de nuestros ríos.
Es probable que si el Principado de Asturias -la consejería de Medio Rural y la de Medio Ambiente- organizase viajes divulgativos hasta La Mancha y hasta las tierras de Alicante, por donde uno vivió lo que ya queda descrito más arriba, nos concienciásemos en Asturias de la extraordinaria riqueza que tenemos al disponer de las aguas del Cares-Deva, Sella, Narcea, Nalón, Aranguín, Negro, y resto de nuestros hermosos e impresionantes ríos que algunas veces nos dan algún susto con las avenidas pero que están ahí siempre con sus aguas dispuestas para mover turbinas, para dar vida a los salmones, para regar, para abastecer del preciado elemento a más de la mitad de las poblaciones asturianas. Algo habrá que hacer para que se respeten, escrupulosamente, nuestros ríos. Allá abajo, los lorchanos lloran por la muerte de su río, que cruzaba el pueblo y regaba las bien cuidadas vegas de hortalizas. No estaría de más aprender de lo que les ocurre a los demás. Es cierto que Lorcha, Alicante, La Mancha y esas tierras convertidas en secarrales nos cae un poco a trasmano pero solo está a seis horas de coche. Dicen que el viajar ilustra mucho. Y aquí la frase viene como muy ajustada para estudiar una asignatura que me temo tenemos un tanto abandonada, que no somos muy conscientes de lo que nos estamos jugando. Estos ríos nuestros son un auténtico lujo, son la joya de la corona, son el pulmón de nuestras tierras y de nuestras urbes. Si no los cuidamos adecuadamente igual un día tenemos que llorar como ahora lo hacen los hortelanos de Lorcha. Pero a lo peor todo esto que dejamos aquí impreso no sirve absolutamente para nada. Suele suceder con excesiva frecuencia.