LA NUEVA ESPAÑA 08-06-07 Política medioambiental
LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES
«Carácter o tradición son, pues, las fuerzas de la resistencia; por mucho que, de frente o de soslayo, se haga en contra suya, siempre estarán presentes, tirando hacia atrás. La inteligencia activa y crítica, presidiendo en la acción política, rajando y cortando a su antojo en ese mundo, es la señal de nuestra libertad de hombres, la ejecutoria de nuestro espíritu racional. Un pueblo en marcha, gobernado con un buen discurso, se me representa de este modo: una herencia histórica corregida por la razón». Azaña
El viajero que llega al occidente de Asturias, a poca que sea su perspicacia, percibirá la singularidad de esta orografía. Aún puede disfrutar de bosques de robles y castaños. De ríos con truchas y salmones. De muchos kilómetros de costa que hasta el momento no han sido tomados por piquetas y hormigoneras. Asimismo observará la arquitectura tradicional en muchas aldeas que hasta el presente no tienen que convivir con «chaletes» de colores chillones que poca o ninguna relación guardan con el mundo rural asturiano. Estará a su alcance respirar un aire mucho más limpio del que acostumbra si proviene de una gran urbe.
Cualquier responsable político que no esté enteramente falto de sensibilidad y de intuición puede y debe caer en la cuenta de que el mayor tesoro de estos territorios es precisamente su riqueza natural. Por tanto, no precisa hacer un esfuerzo sobrehumano para percatarse de que, si se pretende atraer turismo de calidad, hay cosas que deben ser mimadas especialmente. Ello, por no hablar de que la herencia recibida tiene que ser administrada con tino y no malgastada por el afán de lucro de los unos y de los otros.
No estoy esbozando, contrariamente a lo que más de uno pueda barruntarse, un discurso ecologista. Se trata de una argumentación de simple sentido común. Nada me gustaría más que se pensase y se debatiese en serio acerca de las políticas que en materia medioambiental pretenden ser llevadas a cabo en el occidente de Asturias. Sería irracional y casposo un discurso de aldea perdida palaciovaldesana. Oponerse al progreso es tanto como hacerle frente a la realidad que siempre lleva como estandarte el signo de los tiempos.
Fijar población, favorecer la creación de empresas, poner en marcha políticas industriales, construir viviendas al alcance de los sectores más desfavorecidos, etcétera, es obligado en estos tiempos, máxime para unas comarcas que llevan demasiado tiempo en declive. Ahora bien, invadir todas nuestras montañas con parques eólicos, sin freno y sin tino; permitir la contaminación de los ríos; no hacer los saneamientos en los pueblos; construir viviendas masiva y presurosamente; subvencionar multinacionales que, en el momento en que les viene en gana, nos dejan aquí su cacharrería y sus recuelos, contaminantes a más no poder, y así un largo etcétera, es algo a lo que hay que oponerse si es que nos queda un mínimo de amor a nuestra tierra, si es que todavía tenemos un sentido de la dignidad de aquello que nos ha hecho como somos a lo largo de una historia de siglos y siglos. ¿Tanto les cuesta a algunos responsables políticos ser conscientes de que nadie tiene derecho a hipotecar el futuro de las comarcas que administran?
La política medioambiental tiene de un tiempo a esta parte un enunciado en teoría asumido por casi todos, que es el desarrollo sostenible, que, en este caso, equivaldría a conjugar la conservación de lo que tenemos con el progreso propio del mundo de hoy. Esa preservación no sería sólo algo ineludible para atraer turismo de calidad, que es una de las opciones que se pueden manejar, sino que es también el lujo que pude permitirse una población de vivir en entornos cuyos ríos tienen pesca, cuyas costas no están rodeadas de auténticos terraplenes de hormigón, cuya arboleda es centenaria en muchos casos, cuya arquitectura rural tiene un sabor que la diferencia y la ensalza.
¿Es mucho pedir que se debatan las políticas medioambientales que queremos? ¿Es mucho pedir que se esclarezca hasta dónde se pueden fijar los límites? ¿Son los ecologistas, por definición, los enemigos a batir en las comarcas occidentales de Asturias?
¿Por qué no nos tomamos todos las cosas con la suficiente serenidad para ese debate sosegado que tanta falta nos hace? Y téngase en cuenta además que la política medioambiental no es sólo cuestión de un concejo, porque los ríos, valles, costas y montañas van siempre más allá de los límites que fija la geografía política, también la local.
Subvencionar a una multinacional para que se vaya en poco tiempo no es crear puestos de trabajo en serio. Es pura precariedad, es parcheo. ¿La subvención no tendría que llevar aparejada una exigencia de mantenimiento de puestos de trabajo más allá de contratos basura, así como la obligatoriedad del cumplimiento de una normativa mínima en materia medioambiental? ¿Algo así colisionaría con el desarrollo y con el progreso?
A día de hoy, se impone ese debate de políticas medioambientales en el occidente de Asturias, partiendo de la base de que los políticos representan a los ciudadanos y no deben hacer las veces de portavoces de otros intereses particulares que casi nunca coinciden con lo que entendemos como interés general.
¿Debatimos ya?
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