LA NUEVA ESPAÑA 19-03-10 Malos tiempos para las pitas (y para la fábula)
Sobre la sublime decisión de Francisco Cuesta acerca de las pitas y el gallo en el Museo de Grandas
(Ángel González)
A toda bestia que pretenda / perfeccionarse como tal / -ya sea / con fines belicistas o pacíficos, / con miras financieras o teológicas, / o por amor al arte simplemente- / no cesaré de darle este consejo: / que observe al homo sapiens, y que aprenda»
(Ángel González)
Hay algo personal entre las pitas y el señor Cuesta? ¿Está contra la fábula el nuevo director del Museo de Grandas de Salime? ¿Lo etnográfico es lo disecado, como diría Unamuno, y, por tanto, en un museo sobran los seres vivos aunque se trate de gallinas? ¿O es que allí donde hay pitas no hay lugar para el rigor científico? Seguramente, el señor Cuesta está decidido a dejar en Grandas su impronta desde el principio de su mandato, como si fuera Lévi-Strauss, y, claro, las pitas pintas y el gallo sobran. Y es que aquí los «Tristes Trópicos» se están convirtiendo en tristes alas, sobre todo, en el occidente astur.
Esto no sólo no es serio, es que tampoco resulta aceptable literariamente. ¿Qué iba a ser de nosotros sin la fábula? ¿Qué iba a ser de nosotros sin el gallo que había que devolver a Esculapio? ¡Qué menguada estaría nuestra narrativa sin el cuento de Clarín titulado «El Gallo de Sócrates»! Pero, por lo que se ve, las pitas fuera.
Vayamos al verdadero quid de la cuestión, señor Cuesta. Le invito a que lea los artículos que Celsa Díaz publica los martes en esta misma tribuna de la edición de Occidente de LA NUEVA ESPAÑA. A poco que se detenga usted en ellos, se percatará de que incurre en lo que el poeta Ángel González sugiere a los animales: que sigan al homo sapiens (o al homo erectus, quién sabe) y que aprendan. Y caerá en la cuenta también de la incisiva y corrosiva carga simbólica que tiene el gallinero de Paraxes, que, se lo aseguro, levanta pasiones, a veces con risotadas, y, a veces, todo lo contrario. Pero su efecto es de largo alcance, incluso para quienes carecen de él, que ya es decir. Pues bien, mantengo la esperanza de que, tras la lectura de los artículos de Celsa, todo es posible, incluso que reconsidere usted su decisión de desplumar el Museo de Grandas de Salime.
¡Ay! ¡Tanto conocimiento antropológico tenía que derivar en la más científica y rigurosa de las disposiciones imaginables en el Museo de Grandas de Salime, es decir, deshacerse de las pitas!
¿Y qué hacemos con Esopo, señor Cuesta? ¿Y qué hacemos con esa fábula que habla de las gallinas y la comadreja? Nada, nos quedamos sin fábula, sin moraleja y sin pitas pintas, es decir, desplumados de tan buena literatura.
Y es que, mire usted, don Francisco, con medidas como ésta, más allá de lo meramente anecdótico, creo que empezamos muy mal. Primero, le niegan la entrada a la persona que fue el principal artífice del Museo y, después, a la hora de hacerse notar, de dejar claro quién manda aquí, se opta por una decisión que, de entrada, se antoja jocosa a más no poder, pero que, bien pensado, muestra en no pequeña medida el verdadero estado de la cuestión.
En un museo que fue hasta ahora la muestra más completa del vivir asturiano rural, se decide que las pitas sobran. ¿Qué casería no tiene gallinero? Porque, fíjese usted, en los pueblos, gracias a las políticas que se vinieron llevando a cabo en las últimas décadas, apenas hay agricultura y ganadería: cuadras vacías y tierras abandonadas. Pero rara es la casa donde no cacarean las gallinas.
Vistas así las cosas, ¿se da usted cuenta de que con su científica determinación se adelanta a lo venidero, es decir, al momento en que no haya gallinas porque ya no quedará gente, porque la despoblación, como las bardas, las canteras y los eólicos, lo apoderará todo?
Mire, señor Cuesta, a una persona tan culta, erudita y titulada como usted, no hace falta explicarle la trascendencia que tiene lo simbólico. No sólo hablamos de lo imposible que resulta concebir el mundo rural asturiano sin gallinas, sin huevos caseros, sino que también nos referimos al significado de su gesto. Se diría que, en el inventario que se está haciendo, lo que están de más son las gallinas. Así pues, por mucho que haya sido el empeño puesto por ustedes en desprestigiar al señor Naveiras, se barrunta que no es tanto lo que sobraba allí, sólo las pitas.
De modo y manera que los visitantes foráneos, para completar su conocimiento in situ de lo que es la vida rural en Asturias, antes o después de pasar por el museo, deberán acercarse a un gallinero del pueblo para llevarse un recordatorio lo más completo posible de aquello que se ofrece a su vista.
¿Quién nos iba a decir que el rigor, que la gestión más eficaz de un museo etnográfico en Asturias tendrían como punto de partida la expulsión de las pitas de nuestro templo etnográfico?
¿Qué diría Lévi-Strauss? ¿Y qué pensaría el bueno de Sócrates? ¿Y qué relato hubiera escrito Clarín al respecto?
¿Por qué hay tantas conjuras contra la fábula? ¿No se estarán removiendo en su tumba Esopo, Iriarte, Samaniego y La Fontaine, incluso nuestro venerable y venerado Ángel González?
Ha zaherido usted muchas sensibilidades, se lo aseguro.
¡Viva la fábula!
http://www.lne.es/opinion/2010/03/19/malos-tiempos-pitas-fabula-br/888808.html
1 Comments:
El nuevo director del Museo de Grandas no es el único gallinicida del occidente astur. Aquí los hay muy cerca.
¿O no?
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