LA NUEVA ESPAÑA 14-02-06 El desastre de Songhua y el futuro del río Narcea
ALBERTO CARLOS POLLEDO ARIAS
Quién iba a decir a los altos dirigentes chinos (sin riesgo de ser fusilado) que la planta petroquímica de Jilim (capital de la provincia china de mismo nombre), situada en el curso superior del principal río del noroeste del país -el Songhua, que vierte sus aguas en el Amur, uno de los mayores ríos del mundo, que, a su vez, desemboca en el estrecho de Nevelsk- iba a padecer una explosión y, como consecuencia de ella, derramar a dicho río cien toneladas de benceno y otros productos tóxicos peligrosos y cancerígenos, envenenando un cauce de 1.897 kilómetros de largo, principal fuente de abastecimiento de agua potable para millones de habitantes. Todavía habrá algunos que justifiquen, en nombre del progreso, la tremenda agresión medioambiental que el llamado gigante amarillo está causando a nuestro planeta, polucionando aire, mares, ríos y lagos.
Evidentemente, en nuestra nación y, menos aún, en nuestra autonomía, no deben preocuparnos noticias como ésta del lejano continente asiático, porque este tipo de desastres, al igual que los terremotos, huracanes, inundaciones, corrimientos de tierra, tornados, tsunamis y demás calamidades siempre suceden en lares remotos en los que, a lo sumo, puede haber algún español de vacaciones y, por supuesto, desconocido. Claro que, en ocasiones, este tipo de catástrofes se acercan a nuestro continente y, a veces, hasta se ceban con él. Ni tan siquiera los países más industrializados se encuentran libres de padecer este tipo de accidentes. Solamente en la última década, el cianuro, que se utiliza para captar químicamente el oro en las balsas de cianuración de las minas a cielo abierto, fue el origen de más de una docena de accidentes graves que fulminaron la vida en cientos de kilómetros de ríos de los dos hemisferios. Rotura de las balsas; fallos en el sellado de las mismas, con el consiguiente escape a fuentes, arroyos, ríos y acuíferos; más los siniestros generados al transportar el cianuro por tierra o aire, fueron las causas más habituales de ellos.
Pero, bueno, estos sucesos siempre ocurren fuera de nuestras fronteras y no debemos inquietarnos. Son males que aquejan a los demás, a nosotros jamás nos tocará algo igual. Estamos libres de tales penuriasÉ claro que el desastre ecológico en Doñana producido por la rotura de una presa minera de pirita en Aznalcóllar en 1998 no está tan lejos y, cuando las barbas de tu vecino veas pelar.
Mientras tanto, aquí, en Asturias, por si fuera poco una, permitimos a Rio Narcea Gold Mines construir una nueva balsa de cianuración sobre el cauce del río Narcea -emblema de los ríos salmoneros asturianos, que abastece de agua a varios municipios- para tratar el mineral transportado desde Groenlandia, con el correspondiente gasto, porque allí, como en tantos otros países, no está autorizado este sistema de explotación. Para los asturianos, el veneno y la basura de por vida; para la empresa canadiense y sus accionistas, el vil metal. Roguemos a los dioses (es lo que nos queda ya que la Consejería de Medio Ambiente del Principado de Asturias ni hace ni dice nada) para que la cuenca del Narcea no siga los pasos de la del Songhua porque, como en tantos otros lugares, nunca pasa nada hasta que ocurre.
Quién iba a decir a los altos dirigentes chinos (sin riesgo de ser fusilado) que la planta petroquímica de Jilim (capital de la provincia china de mismo nombre), situada en el curso superior del principal río del noroeste del país -el Songhua, que vierte sus aguas en el Amur, uno de los mayores ríos del mundo, que, a su vez, desemboca en el estrecho de Nevelsk- iba a padecer una explosión y, como consecuencia de ella, derramar a dicho río cien toneladas de benceno y otros productos tóxicos peligrosos y cancerígenos, envenenando un cauce de 1.897 kilómetros de largo, principal fuente de abastecimiento de agua potable para millones de habitantes. Todavía habrá algunos que justifiquen, en nombre del progreso, la tremenda agresión medioambiental que el llamado gigante amarillo está causando a nuestro planeta, polucionando aire, mares, ríos y lagos.
Evidentemente, en nuestra nación y, menos aún, en nuestra autonomía, no deben preocuparnos noticias como ésta del lejano continente asiático, porque este tipo de desastres, al igual que los terremotos, huracanes, inundaciones, corrimientos de tierra, tornados, tsunamis y demás calamidades siempre suceden en lares remotos en los que, a lo sumo, puede haber algún español de vacaciones y, por supuesto, desconocido. Claro que, en ocasiones, este tipo de catástrofes se acercan a nuestro continente y, a veces, hasta se ceban con él. Ni tan siquiera los países más industrializados se encuentran libres de padecer este tipo de accidentes. Solamente en la última década, el cianuro, que se utiliza para captar químicamente el oro en las balsas de cianuración de las minas a cielo abierto, fue el origen de más de una docena de accidentes graves que fulminaron la vida en cientos de kilómetros de ríos de los dos hemisferios. Rotura de las balsas; fallos en el sellado de las mismas, con el consiguiente escape a fuentes, arroyos, ríos y acuíferos; más los siniestros generados al transportar el cianuro por tierra o aire, fueron las causas más habituales de ellos.
Pero, bueno, estos sucesos siempre ocurren fuera de nuestras fronteras y no debemos inquietarnos. Son males que aquejan a los demás, a nosotros jamás nos tocará algo igual. Estamos libres de tales penuriasÉ claro que el desastre ecológico en Doñana producido por la rotura de una presa minera de pirita en Aznalcóllar en 1998 no está tan lejos y, cuando las barbas de tu vecino veas pelar.
Mientras tanto, aquí, en Asturias, por si fuera poco una, permitimos a Rio Narcea Gold Mines construir una nueva balsa de cianuración sobre el cauce del río Narcea -emblema de los ríos salmoneros asturianos, que abastece de agua a varios municipios- para tratar el mineral transportado desde Groenlandia, con el correspondiente gasto, porque allí, como en tantos otros países, no está autorizado este sistema de explotación. Para los asturianos, el veneno y la basura de por vida; para la empresa canadiense y sus accionistas, el vil metal. Roguemos a los dioses (es lo que nos queda ya que la Consejería de Medio Ambiente del Principado de Asturias ni hace ni dice nada) para que la cuenca del Narcea no siga los pasos de la del Songhua porque, como en tantos otros lugares, nunca pasa nada hasta que ocurre.
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