26 marzo, 2006

LA NUEVA ESPAÑA 26-03-06 Jesús M. Peláez fue Lin de Lavio

Los otros (Las personas que marcaron a los asturianos más destacados), por Eduardo Lagar

Vive entre Jovellanos y Cervantes, insigne vecindad. Jesús Menéndez Peláez es presidente del Foro Jovellanos y, al tiempo,. director de la Fundación Álvarez Viña, que gestiona la impresio­nante colección de Quijotes del empresario Ramón Álvarez Viña. Digamos que habita en el «cogollín» de Gijón y que, sin embargo, se desvela, como aquel monaguillo pobre que fue, recorriendo las brañas de Salas, cogido a la cola del caballo del cura, cantando gregoriano con 6 años.

Jesús Menéndez Peláez, catedrático de Filolo­gía Hispánica de la Universidad de Oviedo, preside la Fundación Foro Jovellanos desde 2002 y, acaso sin saberlo, su biografía es un ejemplo de cómo Asturias ya se va pareciendo, y superando, a la región que soñó el gran ilustrado gijonés: un tal Jovellanos, quien, todo hay que decirlo, acabó su vida de entusiasta del progreso con este ataque de pesimismo: «¡Nación sin cabeza!», dijo al expirar en Puerto de Vega.
Ahí donde lo tienen en la fotografía de la izquier­da -remedando con humor y a la inversa el retrato que Goya hizo de su amigo el Ministro de Gracia y Justi­cia- Jesús Menéndez Pelá­ez era, a la tierna edad de 6 años, simplemente Lin, hijo del humilde sastre de Lavio (Salas). Un niño más bien pobre que trabajó de criado de aldea, guiando a las vacas mientras se araba y auxiliando al cura en sus oficios; monaguillo con farolillo y campanilla. «Subíamos a atender a los moribundos de las brañas, a Brañasivil, a Buscabre­ro, a Las Gallinas. Don Ramón iba a caballo y yo cogido a la cola. Don Ramón decía: «¡Lin, la misa de ángelis!». Y yo cantaba: «¡K-y-y-y rí-í-í-eeee!». Tenía seis años. Era 1952. Podía ser aún la Asturias que escribió Jovellanos.
«La verdad es que si Jovellanos viera la Asturias actual se quedaría pasmado de lo que se ha hecho», apunta Peláez al hacer análisis regional. En el exa­men personal: «Yo no podía ni soñar que, al cabo de los años, iba a tener esta posición, digamos, bur­guesa, que llegase a ser profesor de Universidad». Gran parte de ello se lo debe, según- propia confe­sión, a su paso por el seminario y al sistema educa­tivo que implantó el obispo Lauzurica. El hombre que preside a los guardianes de las esencias jovella­nistas parece todo menos rural. Luce gafas sin montura, barba blanca recortada, corbata de lana, aire «british». Este hijo de sastre mucho pudo aprender en un seminario que tenía por lema arzo­bispal el crear curas cultos, limpios y santos. Des­pués, ya en la Universidad, se zambulló en la Ilus­tración y Jovellanos a través del profesor Caso.
-Pero algún defecto tendría Jovellanos ¿no? O fue un santo laico.
-Sus defectos son pecata minuta. Sí, puede ser un santo laico. Pedro de Silva habló de San Jovi­no. Hombre, no tanto. De Jovellanos sobresale su gran honradez, su consecuencia con sus ideas. Y el diagnóstico que hizo de los males de Asturias. Jovellanos es el gran oráculo para encarar los pro­blemas de la región.
-De toda la mucha obra jovellanista, seleccione una frase, un párrafín.
-Cuando recibe, en Pola de Lena, camino de La Rioja, una carta en la que se le nombra embajador en Rusia -aunque al final sería Ministro de Gracia y Justicia-, Jovellanos escribe esto: «Haré el bien y evitaré todo el mal que pueda». Cuando entra un nuevo miembro en el Foro le imponemos una medalla y ahí está esa frase, todo un código ético.
Menéndez Peláez viajó de Lavio a Covadonga, de criado de aldea a catedrático, pasando por el sacerdocio y, posteriormente, la secularización. Un largo viaje en el que se topó con Jovellanos y sus grandes albaceas (José Miguel Caso, Luis Adaro) y, últimamente, una nueva parada: Cervantes y El Quijote. Menéndez Peláez es también el director de la Fundación Álvarez Viña, que gestionará el lega­do del empresario Ramón Alvarez Viña: unos 3.000 ejemplares de la gran novela cervantina y amplia bibliografía. La Fundación abrirá sus puertas el 21 de Abril, con la presencia en Gijón del gran cervantista Jean Canavaggio.
Total, que Peláez gestiona dos herencias de relumbrón. A dos manos. Con una, Jovellanos; con la otra, Cervantes. Busca denominador común de ambos figurones y cree que les une esta cosa; Juan Cueto lo escribiría así: «Eran glocales. Al mismo tiempo locales y globales».