23 julio, 2007

LA NUEVA ESPAÑA 23-07-07 Carta abierta a Belén Fernández


LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES
Dígame que no, doña Belén. Dígame que no es cierto que, a medida que se va incrementando la despoblación en el campo, el medio ambiente corre cada vez más peligro en el medio rural. Dígame que sí. Dígame que está usted dispuesta desde su Consejería a poner sobre el tapete políticas agrarias viables y rentables pensando en las gentes que pretenden seguir residiendo en las localidades donde se emplazan sus raíces. Dígame que no. Dígame que no aceptará usted que las crestas de todas las montañas del occidente asturiano se inunden de parques eólicos. Que para usted todo tiene una medida, que sabe decir no.
En las áreas de las que va a ser usted la mayor responsable política del Gobierno asturiano también se corre el riesgo de matar pulgas a cañonazos. No se trata de hacer una defensa numantina del lobo al tiempo que se mira para otro lado cuando ríos como el Narcea pueden sufrir agresiones para las que no siempre hay remedios a mano. Sabe usted muy bien de qué estoy hablando. Su Presidente se comprometió en la campaña electoral a llevar a cabo los saneamientos aún pendientes de hacer, especialmente los de los pueblos ribereños. Le puedo asegurar que estaré muy pendiente del grado de cumplimiento tocante a la referida promesa.
Mire, doña Belén, por lo que publica este periódico, tanto su nombramiento como la fusión de Medio Ambiente y Desarrollo Rural en una sola Consejería despiertan recelos. Me parecen lógicos. Primero, porque, como le he dicho antes, pareció más dispuesta a proteger al lobo que a los paisajes. Segundo, porque ambos ámbitos, los de desarrollo rural y medio ambiente, son lo suficientemente importantes como para que haya una Consejería al servicio de cada uno de ellos. Tercero, ya emplazándonos en lo paradójico, ¿acaso el medio ambiente y el desarrollo rural colisionan entre sí? Los hechos lo corroboran si seguimos las actuaciones de determinados alcaldes del Occidente. Constancia de ello la tiene usted.
Permítame recordarle algo acerca de su inmediato pasado político al lado del señor Buendía. Cuando, según lo publicado en la prensa, la empresa Río Narcea Gold Mines decidió construir una nueva balsa de lodos sin los correspondientes permisos, a usted eso no pareció inquietarla demasiado. Al final se autorizó, si bien es cierto que la multinacional cerró las instalaciones muy poco tiempo después. Le traigo esto a colación, entre otras razones, porque quiero creer que se afanará usted por el cuidado de nuestro medio ambiente, así como por el estricto cumplimiento de las normativas existentes en tan sensibles ámbitos.
Al asumir usted la principal responsabilidad política en desarrollo rural y en medio ambiente, quiero creer que es consciente de que hacen falta proyectos creíbles en lo primero y compromisos rigurosos en lo segundo. Y que es necesario -insisto- también poner a algunos dirigentes municipales en su sitio.
Yo, que no soy ecologista, me asombré cuando un alcalde del Occidente asturiano se permitió declarar públicamente que los ecologistas de su concejo eran gentes inmaduras. Me asombré porque el mencionado señor, pensando en el bien de la humanidad, debería estar enseñando Psicología en Oxford, en lugar de dedicarse al gobierno de un Ayuntamiento pequeño. Y me horrorizó que las cosas puedan llegar a tales extremos.
Incurriendo en una perogrullada mayúscula, es indudable que los ecologistas no siempre tienen razón. No es menos obvio que a veces aciertan en lo que plantean, y que la historia del siglo XX atestigua, entre otras muchas cosas, que son necesarios, por elementales razones dialécticas.
Tengo para mí, doña Belén, que, entre las muchas tareas que le quedan por delante, la relación con los responsables municipales es primordial. Me lo decía ayer con su acostumbrada lucidez un buen amigo mío. Uno de los muchos problemas de los concejos pequeños consiste en que en la mayor parte de los casos no tienen un proyecto global para su municipio, que se vuelca sobre todo en las villas como principales «caladeros de votos», expresión desafortunada y miserable donde las haya, y que ese derecho a vivir en el mundo rural que reivindicaba no hace mucho el alcalde de Cudillero pasaría por unas dotaciones de servicios mínimamente dignas, léanse recogida selectiva de basuras, cobertura para la telefonía móvil, acceso a internet con conexiones efectivas, saneamientos y un largo etcétera. Esto que le digo sería útil tanto para el medio ambiente como para el desarrollo rural. Desde luego que es un derecho vivir en el campo, y es obligación de los políticos hacer que este derecho vaya más allá de la retórica, con servicios propios del siglo XXI.
Señora consejera, hacen falta políticas fiables y consistentes ya, que no se queden en actuaciones festivaleras, que vayan más allá de excursiones y pitanzas, con su vate incluido. Tiene que haber para el medio rural otro futuro posible que no sea, pongamos por caso, como tengo escrito, que el Narcea se convierta en el río Nora.
Y, como despedida, me permito sugerirle algo. Si tiene a bien darse una vuelta por la edición del Occidente de este periódico, léase la columna que escribe cada semana la pintora salense Celsa Díaz. Su gallinero es uno de los mejores testimonios que conozco acerca de la situación actual del campo en Asturias. Le garantizo que, además de divertirse, aprenderá.
Reciba un respetuoso saludo.