EL COMERCIO DIGITAL 20-02-06 La Ley de Biodiversidad protegerá en Asturias siete árboles emblemáticos, entre ellos el tejo de Salas
La Ley de Biodiversidad protegerá en Asturias siete árboles emblemáticos y El Tragamón
El Principado ha propuesto los ejemplares que están considerados monumentos naturales
L. L. R./GIJÓN
TINEO. El carbayón de Valentín aparece citado en documentos anteriores al descubrimiento de América. / AZCÁRATE
La mayoría de los árboles milenarios de Asturias ni siquiera están catalogados. Por contra, algunos de ellos ya tienen una categoría especial: el Principado, en el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de Asturias, recoge ocho de estos colosos y les otorga el título de Monumento Natural. En el futuro, el valor tanto histórico como ecológico de estos ejemplares no sólo será reconocido por el ejecutivo regional, gracias a la Ley del Patrimonio Natural y la Biodiversidad que está preparando el Ministerio de Medio Ambiente. En su texto se reserva un apartado para recoger el catálogo nacional de árboles singulares, donde se enumerarán los ejemplares más especiales que aún hunden sus raíces en el territorio nacional.
Son las autonomías las que proponen qué ejemplares reúnen las singularidades suficientes para entrar en la élite del reino vegetal peninsular. El Principado ya ha decidido qué árboles asturianos entrarán en la lista: según fuentes del Gobierno regional, serán el carbayón de Lavandera (Gijón), el carbayón de Valentín (Tineo), el roble de Bermiego (Quirós), el tejo de Bermiego (Quirós), el tejo de Lago (Allande), el tejo de Salas (Salas) y el tejo de Santa Coloma (Allande). Además, la gijonesa carbayera de El Tragamón en su conjunto también es propuesta por el Gobierno regional para formar parte del catálogo.
Son sólo un ejemplo de los árboles que, en Asturias, llevan anclados a la tierra cientos de años y que han sido y siguen siendo testigos de una historia en la que todo cambia menos ellos. Bajo sus copas se celebraban aquelarres y descansaban peregrinos. Ya hace siglos, mercachifles y campesinos disfrutaban de sus sombras, que también fueron testigos de romances furtivos, secretos e intrigas. Lo más seguro es que la mayoría de estos ejemplares milenarios sigan creciendo en los rincones más recónditos de los bosques menos transitados y permanezcan ocultos a los ojos humanos.
Sin podas
Según el anteproyecto de la ley, a los ejemplares incluidos en el catálogo nacional de árboles singulares no sólo no se les podrá causar daño alguno, sino que tampoco se podrá alterar su entorno inmediato ni realizar podas o tratamientos fitosanitarios sin autorización. Para que este reconocimiento no se acabe convirtiendo en una carga para su propietario, ya sea un particular o una administración pública, el ministerio otorgará ayudas económicas para realizar las labores necesarias de mantenimiento y mejora.
Una de las más frecuentes y lógicas preguntas que plantean estos colosos es el momento en el que germinaron en la tierra. En la mayoría de los casos es un misterio, simplemente, siempre estuvieron en su sitio desde que se tiene historia del lugar de turno. En algunos casos, como el carbayón de Valentín, sí se pueden hacer cálculos, ya que aparece citado en documentos anteriores al descubrimiento de América. De hecho, las estimaciones de los técnicos apuntan a que puede contar con entre los ocho y los nueve siglos de edad.
En otros lugares de España sí se ha investigado sobre la edad de estos vegetales que ven pasar los años sin inmutarse: para hacerlo, si el ejemplar está en buen estado, los investigadores extraen una pequeña sección del tronco por medio de una barrena. De ese modo, se pueden contar los anillos. Pero la cicatriz que esto origina no es recomendable para árboles cuyo estado no es demasiado boyante: en estos casos, los expertos calculan la edad teniendo en cuenta el crecimiento anual de la zona tomando como referencia las plantaciones vecinas.
Sea como sea, y según los datos con los que cuenta el Sistema de Información Ambiental del Principado de Asturias (SIAPA), el de Valentín podría ser el ejemplar con más edad de la región, al menos de entre esa mínima parte conocida que no se agazapa en bosques inhóspitos.
Lo que sí parece estar claro es que el roble y el tejo son las especies más longevas. En ambos casos, su historia está plagada de simbolismos y rituales, aunque también durante siglos han jugado un importantísimo papel en la economía y costumbres. En el caso del roble, su carácter sagrado se remonta a la Grecia clásica, donde Zeus comunicaba a la comunidad sus decisiones a través de vasos de bronce colgados en el roble de Dodona.
Tradición y alimento
Además, los carbayos consagrados a Júpiter recubrieron las siete colinas de Roma y los celtas utilizaban sus hojas u muérdago en sus ceremonias druídicas. Los astures incluso se alimentaban de un pan amargo amasado con harina de bellotas. Y, por supuesto, los grandes carbayos de las aldeas asturianas siempre constituyeron un lugar de reunión y descanso para sus habitantes. Además, su corteza, con alto contenido en taninos, ha sido usada para contener diarreas, hemorragias e incluso para el curtido de pieles.
La relación humana con el tejo también ha sido intensa, aunque algo más oscura. La responsable es la taxina, un potente veneno que está presente en todas las partes del árbol, salvo en el arilo de las bayas. Las crónicas cuentan que la sustancia fue utilizada de manera sistemática en primitivos aquelarres y que además era utilizada para envenenar las puntas de las flechas que los astures lanzaron sobre las tropas de Augusto.
En fin, las dos especies forman parte de la historia de Asturias y algunos ejemplares se mantienen vigilantes a los cambios desde hace siglos. Las futuras figuras de protección pretenden contribuir a que continúen haciéndolo.
El Principado ha propuesto los ejemplares que están considerados monumentos naturales
L. L. R./GIJÓN
TINEO. El carbayón de Valentín aparece citado en documentos anteriores al descubrimiento de América. / AZCÁRATE
La mayoría de los árboles milenarios de Asturias ni siquiera están catalogados. Por contra, algunos de ellos ya tienen una categoría especial: el Principado, en el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de Asturias, recoge ocho de estos colosos y les otorga el título de Monumento Natural. En el futuro, el valor tanto histórico como ecológico de estos ejemplares no sólo será reconocido por el ejecutivo regional, gracias a la Ley del Patrimonio Natural y la Biodiversidad que está preparando el Ministerio de Medio Ambiente. En su texto se reserva un apartado para recoger el catálogo nacional de árboles singulares, donde se enumerarán los ejemplares más especiales que aún hunden sus raíces en el territorio nacional.
Son las autonomías las que proponen qué ejemplares reúnen las singularidades suficientes para entrar en la élite del reino vegetal peninsular. El Principado ya ha decidido qué árboles asturianos entrarán en la lista: según fuentes del Gobierno regional, serán el carbayón de Lavandera (Gijón), el carbayón de Valentín (Tineo), el roble de Bermiego (Quirós), el tejo de Bermiego (Quirós), el tejo de Lago (Allande), el tejo de Salas (Salas) y el tejo de Santa Coloma (Allande). Además, la gijonesa carbayera de El Tragamón en su conjunto también es propuesta por el Gobierno regional para formar parte del catálogo.
Son sólo un ejemplo de los árboles que, en Asturias, llevan anclados a la tierra cientos de años y que han sido y siguen siendo testigos de una historia en la que todo cambia menos ellos. Bajo sus copas se celebraban aquelarres y descansaban peregrinos. Ya hace siglos, mercachifles y campesinos disfrutaban de sus sombras, que también fueron testigos de romances furtivos, secretos e intrigas. Lo más seguro es que la mayoría de estos ejemplares milenarios sigan creciendo en los rincones más recónditos de los bosques menos transitados y permanezcan ocultos a los ojos humanos.
Sin podas
Según el anteproyecto de la ley, a los ejemplares incluidos en el catálogo nacional de árboles singulares no sólo no se les podrá causar daño alguno, sino que tampoco se podrá alterar su entorno inmediato ni realizar podas o tratamientos fitosanitarios sin autorización. Para que este reconocimiento no se acabe convirtiendo en una carga para su propietario, ya sea un particular o una administración pública, el ministerio otorgará ayudas económicas para realizar las labores necesarias de mantenimiento y mejora.
Una de las más frecuentes y lógicas preguntas que plantean estos colosos es el momento en el que germinaron en la tierra. En la mayoría de los casos es un misterio, simplemente, siempre estuvieron en su sitio desde que se tiene historia del lugar de turno. En algunos casos, como el carbayón de Valentín, sí se pueden hacer cálculos, ya que aparece citado en documentos anteriores al descubrimiento de América. De hecho, las estimaciones de los técnicos apuntan a que puede contar con entre los ocho y los nueve siglos de edad.
En otros lugares de España sí se ha investigado sobre la edad de estos vegetales que ven pasar los años sin inmutarse: para hacerlo, si el ejemplar está en buen estado, los investigadores extraen una pequeña sección del tronco por medio de una barrena. De ese modo, se pueden contar los anillos. Pero la cicatriz que esto origina no es recomendable para árboles cuyo estado no es demasiado boyante: en estos casos, los expertos calculan la edad teniendo en cuenta el crecimiento anual de la zona tomando como referencia las plantaciones vecinas.
Sea como sea, y según los datos con los que cuenta el Sistema de Información Ambiental del Principado de Asturias (SIAPA), el de Valentín podría ser el ejemplar con más edad de la región, al menos de entre esa mínima parte conocida que no se agazapa en bosques inhóspitos.
Lo que sí parece estar claro es que el roble y el tejo son las especies más longevas. En ambos casos, su historia está plagada de simbolismos y rituales, aunque también durante siglos han jugado un importantísimo papel en la economía y costumbres. En el caso del roble, su carácter sagrado se remonta a la Grecia clásica, donde Zeus comunicaba a la comunidad sus decisiones a través de vasos de bronce colgados en el roble de Dodona.
Tradición y alimento
Además, los carbayos consagrados a Júpiter recubrieron las siete colinas de Roma y los celtas utilizaban sus hojas u muérdago en sus ceremonias druídicas. Los astures incluso se alimentaban de un pan amargo amasado con harina de bellotas. Y, por supuesto, los grandes carbayos de las aldeas asturianas siempre constituyeron un lugar de reunión y descanso para sus habitantes. Además, su corteza, con alto contenido en taninos, ha sido usada para contener diarreas, hemorragias e incluso para el curtido de pieles.
La relación humana con el tejo también ha sido intensa, aunque algo más oscura. La responsable es la taxina, un potente veneno que está presente en todas las partes del árbol, salvo en el arilo de las bayas. Las crónicas cuentan que la sustancia fue utilizada de manera sistemática en primitivos aquelarres y que además era utilizada para envenenar las puntas de las flechas que los astures lanzaron sobre las tropas de Augusto.
En fin, las dos especies forman parte de la historia de Asturias y algunos ejemplares se mantienen vigilantes a los cambios desde hace siglos. Las futuras figuras de protección pretenden contribuir a que continúen haciéndolo.