09 abril, 2008

LA NUEVA ESPAÑA 09-04-08 Valdés y Salas

JOSÉ IGNACIO GRACIA NORIEGA
A don Fernando de Valdés le tocó ser inquisidor en unos años en que la reforma protestante se manifestaba con mayor vitalidad, pero, como escribió Tirso de Avilés y luego repetirían muchos, entre éstos don Marcelino Menéndez Pelayo, por «su diligencia y cuidado se extirpó la secta luterana en España». Como pocos otros espíritus lúcidos se dio cuenta de que Lutero había tocado los cimientos de un poderoso y armónico edificio: de las ruinas que se iniciaban vendrían no el racionalismo, que pertenecía a la técnica escolástica, sino el inicio del caos que conduciría a la irremediable soledad del hombre moderno. Y le tocó, asimismo, ser el «malo de la película», sobre todo a raíz de su actuación en el proceso del arzobispo Carranza, porque una de las características de los tiempos nuevos es ponerse del lado del perseguido, tenga o no tenga razón.
Don Fernando de Valdés fue, como afirma Tirso de Avilés, «sin agraviar a ninguno, cuanto yo entiendo, el mejor asturiano y más provechoso para su tierra que en ella nació». De hecho, en el siglo XVI sólo hay en Asturias una figura equiparable, el conquistador y adelantado don Pedro Menéndez de Avilés, si no se cuentan los pocos años que de él alcanzó a vivir don Alonso de Quintanilla. Los tres, grandes servidores del trono, y Valdés, a la vez, del altar. Tan sólo los cardenales Cienfuegos (que desarrolló lo más de su actividad fuera de España) e Inguanzo son pares de Valdés en el plano eclesiástico, entre los nacidos en Asturias.
Don Fernando de Valdés, más conocido modernamente por Valdés Salas, nombre que por cierto nunca usó, sino que empieza a concedérsele en el siglo XVIII en escritos de Carlos González de Posada y otros, habiendo sido de los asturianos más ilustres, es sin género de dudas el más ilustre de los hijos de Salas, donde nació hacia el año 1483. Vivió poco tiempo en su tierra. Joven aún, sale como colegial al Colegio de San Bartolomé de Salamanca, del que llegaría a ser rector. Su prestigio como canonista lo conduce al servicio del cardenal Cisneros. Luego ejecuta misiones en Alemania y Navarra, es obispo de diversas diócesis sin residir en ellas, preside la Real Chancillería de Valladolid y el Consejo de Castilla y, finalmente, es nombrado arzobispo de Sevilla e Inquisidor General. Obispo de Oviedo, tan sólo visita la diócesis durante pocos días de la primavera de 1535 y, como escribe Novalín, su excelente biógrafo, «ya no habría de volver a Oviedo hasta que en el mes de diciembre de 1568 la ciudad en pleno recibiera su cadáver para sepultarlo honoríficamente en su Colegiata de Salas». No obstante, este alejamiento de la persona no significó olvido, porque Asturias, Oviedo y Salas estuvieron muy presentes en su testamento, que Avilés califica como «de las cosas más notables de su tiempo». Nacido en Salas y alejado de Salas por sus ocupaciones, en Salas quiso reposar para siempre bajo el suntuoso mausoleo, obra de Leoni. Otras obras y donaciones le debe su villa natal: la colegiata con seis capellanes y capellán mayor, trescientos mil maravedís para dote de doncellas pobres, otros cincuenta mil para un hospital y otros tantos para aderezar caminos. La Universidad y el mausoleo constituyen la memoria permanente de este prócer.