06 marzo, 2010

LA NUEVA ESPAÑA 07-03-10 Políticos para una crisis






Cuando los políticos son el problema





LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES
A Celsa Díaz, por su corrosiva lucidez.
Ni el doctor Pangloss se atrevería a negar que estamos en crisis. Ni el más optimista de los seres humanos podría esgrimir argumentos sólidos ante la percepción generalizada de la desolación que provoca la decrepitud que sufre el occidente asturiano. Se diría, así las cosas, que se cumplen todos los requisitos para que en este momento irrumpiesen en la vida pública discursos y propuestas que aportasen la frescura necesaria.
Aquí, donde la ruptura del aislamiento sigue siendo una asignatura pendiente con obras de infraestructuras que van de retraso en retraso; aquí, donde la brutal reconversión del campo hizo de estos contornos una geografía de la tercera edad; aquí, donde el valor añadido del paisaje y la naturaleza está sufriendo agresiones continuas, lo único que no se renovó, ni parece llevar camino de ello, es la mal llamada clase política.
¿Acaso no sería necesaria una reconversión política, empezando por un cambio generacional que en la mayor parte del país empezó a producirse hace años? ¿Alguien se paró a pensar que, tras las reconversiones de la industria, la minería y el campo, la única que no se hizo, ni lleva camino de ello, es la política?
Son ellos, los políticos, la reconversión pendiente. ¿No es cierto que la mayor parte de las personas que están en la vida política perciben unos honorarios muy superiores a los que obtendrían en el desarrollo de su profesión? Y, siendo ello así, ¿es de extrañar que no estén dispuestos a dejar el paso libre a otras personas, y que tal estado de cosas conduce -velis nolis- al estancamiento y a la crispación?
Por si todo lo expuesto fuese poco, hasta el mismísimo doctor Pangloss advertiría también que aquí, para lo que es el occidente de Asturias, no hay proyectos que vayan más allá de vagas generalidades, expuestas, por lo común, con una retórica insufrible que no pasa de ser una retahíla de lugares comunes expresada con una jerigonza que atenta gravemente contra el idioma.
Y, si nos planteamos un juego de muñecas rusas, es decir, si la cosa la descomponemos por ayuntamientos, nos encontramos con una realidad que es cualquier cosa menos alentadora. De lo que se trata es de recaudar. Hasta ahora, mientras duró la llamada burbuja inmobiliaria, los estropicios resultantes de muchas recalificaciones fueron antológicos y mayúsculos. Añadamos a ello que, aquí en el Occidente, una de las maneras de obtener ingresos pasa por los parques eólicos y las canteras, que se instalan en la mayoría de las ocasiones no se sabe bien con qué criterios. De ahí que el mayor enemigo de los tesoros medioambientales sean, con más frecuencia de lo razonable, los propios consistorios.
Fíjense ustedes: en los últimos años se llevaron a cabo una serie de reconversiones en el campo que tuvieron como consecuencia la actual despoblación. Por si ello no fuese suficiente, resulta que hay quien se esfuerza por deteriorar el paisaje hasta el extremo de espantar también a los visitantes. Desde luego, no sólo se están haciendo acreedores a una estatua ecuestre sin jinete, como decía un pintoresco personaje del que habló don Valentín Andrés Álvarez en sus memorias, sino que además hemos llegado a una situación tal en la que no sólo no aportan soluciones, sino que ellos son para mayor baldón uno de nuestros grandes problemas.
Así pues, políticos para una crisis, que sean, primero, mínimamente resolutivos. Eso lo reivindicamos todos, sin duda, pero ¿dónde están? Siendo justos, por supuesto que hay honorabilísimas excepciones, que, como la propia expresión indica, son a todas luces insuficientes.
Insisto, políticos para una crisis. Y la realidad, sórdida y canalla como ella sola, lo que nos muestra no es sólo que son caros e ineficaces; es que además, sin salirnos de los ámbitos más pequeños, de los municipios en donde son, si no la principal empresa, sí de las primeras, se da la circunstancia de que, cuanto más cercanos están, mayor es su caciquismo, inversamente proporcional a su aguante con las críticas, máxime si proceden de independencias insobornables.
¿Puede haber mayor desafío y afrenta, desde una óptica caciquil, que una persona que ejerza la crítica con independencia y que no tenga tendida la mano esperando que ese dedo señale la decisión arbitraria tan anhelada en busca de favoritismos y enchufes? ¿Puede hablarse de una sociedad democrática cuando lo que se estila es el clientelismo? ¿Puede hablarse de un debate mínimamente democrático cuando la oposición municipal, salvo excepciones, no sale a la palestra ante el despilfarro de dinero público con fines propagandísticos, incurriendo de paso en ridículos espantosos por mor de una pedantería digna de producir el llamado mal de Flaubert?
Políticos para una crisis que sean la regeneración y no el problema. Políticos para una crisis que no tendremos en tanto no se haga esa reconversión pendiente, que no se está por la labor de poner en practica. Mientras tanto, privilegios inmerecidos, caciquismo y matonismo ante la crítica.
Aquí la rojez no sólo desapareció en las políticas, sino que además, lo que es mucho más grave, desapareció de los rostros, porque la capacidad de sonrojarse se perdió por el camino.
¿A qué esperamos para ir en su busca?

http://www.lne.es/opinion/2010/03/06/politicos-crisis/882614.html