Red de espionaje en Paraxes
Una sombra se desliza sigilosamente por el gallinero. Se detiene, mira a un lado y a otro y continúa su cautelosa carrera pegada a la pared. Vuelve a detenerse y emprende un frenético trotecillo hacia el comedero. La escasa luz solar desvela su rostro: es Fermín. Ya no hay amigos ni enemigos. Todos son potenciales espías. Hasta ahora no ha pillado a ninguno in fraganti, pero tiene fundadas sospechas de varios congéneres. Toda prudencia es poca. «Mira lo que ha pasado en Madrid por no ser suficientemente precavidos», cavila su magín, que es un hervidero de sospechas. «Y ahora, que Obama y yo nos hemos convertido en los más prestigiosos líderes mundiales, estoy rodeado de envidias. Mis propios correligionarios son los peores. Envidia, envidia y más envidia».
Eran los tiempos en que se sentía tan seguro de sí mismo que incluso había cambiado su color de plumaje. Él, que siempre acudía al tinte para parecer un auténtico gallo de la raza pinta asturiana, había dejado que sus plumas adquirieran el color rojizo natural. «Si en Estados Unidos ha llegado al poder un negro, en Paraxes debemos aceptar la diversidad y la fusión de culturas. Así que, a partir de este mismo instante, no ocultaré por más tiempo mi condición de gallo de Livorno anaranjado», exclamó decidido y orgulloso ante un nutrido grupo de paraxeños que se desternillaban de la risa, ya que las visitas a su estilista eran motivo de mofa y befa desde hacía largo tiempo.
Eran estos tiempos felices -pensaba compungido-. Hace apenas unos días mi vida no se debatía en esta incertidumbre ¿De quién me puedo fiar? ¿Quién es realmente mi confidente y amigo y quién quiere hundirme en los abismos de la ignominia y el descrédito? Las disputas por el poder en Paraxes se han desatado, y mi liderazgo está en juego ¡Van a por mí!
Bien sabía Fermín que esto no era asunto para tomar a broma. Él también tenía su propia red de servicios secretos. Ramiro y Osgual habían sido sus primeros objetivos, pero cuando las luchas intestinas por el mando crearon facciones dentro de sus propias filas, dicha red fue utilizada para el espionaje interno, llegando en ocasiones al chantaje y a la descalificación oportunista. Fueron tiempos gloriosos, en los que ejercía un control férreo sobre la pequeña República, «si exceptuamos a alguna gallina que no hace más que dar la matraca», y se le erizaba la cresta acordándose de Elvira.
Ahora se había descubierto el pastel, y su prestigio de gran gestor estaba pasando por su peor momento, lo que habían aprovechado sus enemigos para crearse cierta impunidad y aplicarle su propia medicina. «Y con sinceridad, pero sin caer en el derrotismo, admitiré que tengo tanto que ocultar?».