22 enero, 2009

LA NUEVA ESPAÑA 22-01-09 El maná de los pobres

Sobre los dineros repartidos a los ayuntamientos

El alborozo con que se han recibido en los ayuntamientos esos dinerillos gubernamentales extraordinarios es digno de mención. En los concejos occidentales, escasos en recursos humanos y económicos, esos millones de euros para gastar sin tasa han hecho brillar ojos y despellejado manos de tanto frotarlas. Alcaldías de uno y otro signo nos cuentan sus chiripitifláuticos planes de dinamización, lo que sería estupendo si no fuese porque en la mayoría de los agostados cerebros, después de tantos años de poltrona concejil, las ideas brillan por su ausencia y las maneras caciquiles son el pan nuestro de cada día.
Y así, asfaltando una calle por aquí y cambiando un empedrado por allá, nuestros ayuntamientos aspiran a convertirse en la mayor empresa de trabajo temporal de su municipio, a la vez que llenan las urnas de estómagos agradecidos. Es la perpetuación en el poder hasta una dorada jubilación la que, sospechamos los ciudadanos, mueve los resortes mentales de estas damas y caballeros, y no la prosperidad de la tierra que se ha puesto en sus manos -que más bien parece importarles muy poco- para que la gestionen en nuestro nombre y que, repito por enésima vez, confunden con su cortijo particular.
Dos son los motivos que dan lugar a esta patética situación. Uno, ya señalado en innumerables ocasiones desde diversos ámbitos, es la inexistencia, la mayoría de las veces, de un respaldo laboral anterior que iguale o mejore su escenario actual -sobre todo teniendo en cuenta la libertad a la hora de ponerse sueldos-. No cabe duda que para muchos alcaldes y concejales es mucho más rentable y glamuroso su estatus presente que el de ganadero, profesor, administrativo o maestro tornero (por poner algún ejemplo). La segunda, imbricada muy directamente con la anterior, deriva del penoso estado de nuestra actual democracia. Dos grandes partidos se reparten el pastel nacional, y, si el alcalde o concejal de turno discrepa de las consignas dadas desde la dirección, se le echa y ya está -ejemplos no nos faltan últimamente-. Y a ver quién es el guapo que arriesga esa parcelita de poder, por muy pequeña que sea, que le asegura los garbanzos y/o le permita mover los resortes -aunque sean chirriantes y oxidados- de la vida municipal.
Si el occidente asturiano no quiere colgar un RIP con letras doradas en su entrada, muchas cosas deberían cambiar. Cambios que no podemos esperar con los brazos cruzados a que nos caigan del cielo. Ejemplos de unión ciudadana parecen estar dando sus frutos. Movimientos a los que se adhieren los consistorios, a veces por convicción, otras por obligación.
Al fin y al cabo, las pequeñas batallas son las que hacen ganar o perder las guerras.