LA NUEVA ESPAÑA 04-11-09 La Arquera deshoja el pasado
Josefa Martínez esfoya una panoya durante el festejo. ignacio pulido
Unas 400 personas toman parte en la popular esfoyaza organizada por la asociación vecinal «Los Picos»
La Arquera (Salas), Ignacio PULIDO
En la noche de Halloween de La Arquera no hubo ni una sola calabaza, pero sí centenares de panoyas. Los vecinos del núcleo rural salense prefirieron celebrar una multitudinaria esfoyaza en lugar de dar rienda suelta a la fantasmagórica fiesta de orígenes irlandeses. En torno a 400 personas tomaron parte en el popular evento, organizado por la asociación vecinal «Los Picos» y que en esta ocasión cumplía un lustro de existencia.
Acompañados por la puesta del sol, los asistentes se fueron dando cita ante las viejas escuelas de La Arquera, lugar seleccionado para celebrar la esfoyaza. Allí les esperaban centenares de panoyas listas para ser esfoyadas.
La esfoyaza dio sus primeros pasos con una demostración que corrió a cargo de Severino Gayo, vecino de Vegacebrón que realizó varias riestras ante la atenta mirada de varios niños y niñas. A continuación, tanto grandes como pequeños se sentaron en torno a unos montones de panoyas que comenzaron a esfoyar.
Sin prisa pero sin pausa, los participantes realizaban su labor al mismo tiempo que recordaban viejos tiempos. «Durante ocho días íbamos de casa en casa. Después de cenar comenzábamos a esfoyar y no parábamos hasta pasada la medianoche», comenta la vecina de La Arquera Josefa Martínez, de 76 años de edad. Durante las noches de esfoyaza, la frontera entre el trabajo y la diversión se volvía difusa. «Cantábamos y de vez en cuando nos lanzábamos panoyas unos a otros», recuerda Martínez.
La esfoyaza era una gran oportunidad para romper con la rutina diaria y muchos mozos y mozas aprovechaban la situación para cortejar. «Era muy divertido. Tratabas de colocarte cerca del mozo que te gustaba y si podías, le cogías de la mano mientras le dabas las panoyas», señalan Loli Cernuda y Charo Martínez, naturales de La Mortera y La Tabla respectivamente.
Tras esfoyar las panoyas, quince enrrestradores acompañados por sus respectivas apurridoras comenzaron a confeccionar riestras empleando centeno. José Antonio García es el único agricultor que cultiva este cereal en la zona del alto Aranguín. «El centeno se mete en una pileta con agua y luego se pisa para que suavice», señala.
El maíz fue un alimento muy importante durante la posguerra. No en vano, este cereal se empleaba para confeccionar varias recetas. «Era de lo que vivíamos. Con el maíz se hacía la boroña, las papas y el gorupu, que era una mezcla de harina con tocino y con las sobras del potaje del día anterior», explica Francisco Feito, natural de Cezures.
Tras una noche de fiesta los asistentes dieron por concluido el esfoyón. «Alguna de las riestras elaboradas serán donadas al museo etnográfico de Grandas de Salime», resaltó José de Arango, presidente de «Los Picos», que al termino del festejo elogiaba la gran participación registrada.
Unas 400 personas toman parte en la popular esfoyaza organizada por la asociación vecinal «Los Picos»
La Arquera (Salas), Ignacio PULIDO
En la noche de Halloween de La Arquera no hubo ni una sola calabaza, pero sí centenares de panoyas. Los vecinos del núcleo rural salense prefirieron celebrar una multitudinaria esfoyaza en lugar de dar rienda suelta a la fantasmagórica fiesta de orígenes irlandeses. En torno a 400 personas tomaron parte en el popular evento, organizado por la asociación vecinal «Los Picos» y que en esta ocasión cumplía un lustro de existencia.
Acompañados por la puesta del sol, los asistentes se fueron dando cita ante las viejas escuelas de La Arquera, lugar seleccionado para celebrar la esfoyaza. Allí les esperaban centenares de panoyas listas para ser esfoyadas.
La esfoyaza dio sus primeros pasos con una demostración que corrió a cargo de Severino Gayo, vecino de Vegacebrón que realizó varias riestras ante la atenta mirada de varios niños y niñas. A continuación, tanto grandes como pequeños se sentaron en torno a unos montones de panoyas que comenzaron a esfoyar.
Sin prisa pero sin pausa, los participantes realizaban su labor al mismo tiempo que recordaban viejos tiempos. «Durante ocho días íbamos de casa en casa. Después de cenar comenzábamos a esfoyar y no parábamos hasta pasada la medianoche», comenta la vecina de La Arquera Josefa Martínez, de 76 años de edad. Durante las noches de esfoyaza, la frontera entre el trabajo y la diversión se volvía difusa. «Cantábamos y de vez en cuando nos lanzábamos panoyas unos a otros», recuerda Martínez.
La esfoyaza era una gran oportunidad para romper con la rutina diaria y muchos mozos y mozas aprovechaban la situación para cortejar. «Era muy divertido. Tratabas de colocarte cerca del mozo que te gustaba y si podías, le cogías de la mano mientras le dabas las panoyas», señalan Loli Cernuda y Charo Martínez, naturales de La Mortera y La Tabla respectivamente.
Tras esfoyar las panoyas, quince enrrestradores acompañados por sus respectivas apurridoras comenzaron a confeccionar riestras empleando centeno. José Antonio García es el único agricultor que cultiva este cereal en la zona del alto Aranguín. «El centeno se mete en una pileta con agua y luego se pisa para que suavice», señala.
El maíz fue un alimento muy importante durante la posguerra. No en vano, este cereal se empleaba para confeccionar varias recetas. «Era de lo que vivíamos. Con el maíz se hacía la boroña, las papas y el gorupu, que era una mezcla de harina con tocino y con las sobras del potaje del día anterior», explica Francisco Feito, natural de Cezures.
Tras una noche de fiesta los asistentes dieron por concluido el esfoyón. «Alguna de las riestras elaboradas serán donadas al museo etnográfico de Grandas de Salime», resaltó José de Arango, presidente de «Los Picos», que al termino del festejo elogiaba la gran participación registrada.