29 agosto, 2008

LA NUEVA ESPAÑA 02-08-08 Por tierras de Salas


Voy a Salas llamado por los Amigos del Paisaje de Salas para dar una conferencia sobre el arzobispo Valdés, hijo ilustre de la villa (una de las villas monumentales de Asturias). Mi vinculación con el arzobispo obedece a que escribí un libro sobre él por encargo del ex rector Juan Vázquez. Fue uno de los raros españoles con sentido de Estado y el asturiano más grande del siglo XVI, junto con Pedro Menéndez de Avilés.
En Cornellana nos esperan para comer en La Fuente Yayo Vigil y Juanito Arango, y el hijo de ambos, Fernando, que me recuerda al hijo de Julio García Braga en que es limpio, educado, va bien peinado y tiene sentido del humor, y, además, ama el cine de John Ford. Lo que nos compensa de la juventud que se propone crear el Gobierno. La Fuente tiene un gran comedor con cristaleras que da a un jardín. La comida es casera y sabrosa: excelentes los arbejos con jamón, excelentes las patatas rellenas. No me atrevo con la cuajada con miel, que los demás elogian. La señora que nos atiende es de Madrid y se encuentra muy a gusto en Cornellana, con los calores que está haciendo más allá de la Cordillera.
Cornellana es un pueblo de una sola calle y un gran monasterio del siglo XVIII, ribereño y jovial. Tira más hacia Pravia mientras Salas ya es claramente una villa de valle interior, al pie de la montaña: a la salida de Salas comienza el ascenso a La Espina. En cambio, en Cornellana, todo es llano y risueño. De aquí es María Eugenia Yagüe, que dio mucha alegría a mi etapa universitaria. Y algo nos dice que en Cornellana el tiempo pasa difícilmente. En Grana, las valerosas fotografías nos muestran al general un poco momificado que contempla impasible cómo escancian sidra, en la ribera del río. Cornellana es la capital salmonera de la Asturias occidental, como Panes y Cangas de Onís lo son de la oriental. Ser capital salmonera da un cierto aire cosmopolita, que en Cornellana, unido al recuerdo de María Eugenia, se hace evidente.
Hacemos parada en casa de Yayo y Juan, en Villazón, entre Cornellana y Salas: una casa llena de libros y el aviso -quien avisa, no es traidor- de que los libros no se prestan. Frente a la casa, al otro lado de la carretera, están demoliendo un monte de pinos para abrir una cantera. Me aseguran que Salas es el concejo con más canteras de Asturias, qué de Asturias, de España, y si a mano viene, del hemisferio norte. Por las cumbres asoman los insectos metálicos que mueven sus aspas al viento. Una desgracia, porque yo no sé si esos aparatos serán eficaces, pero destruyen el paisaje.
Salas pueda que sea la villa monumental de Asturias por antonomasia. Oviedo, Avilés o Villaviciosa son más monumentales, pero al ser Salas más pequeña, su monumentalidad se nota más. La colegiata y el castillo forman un conjunto irrepetible e imponente. Don Luis Iglesias, su inolvidable cronista oficial, nos informa que es la villa de Asturias que posee más monumentos histórico artístico nacionales: la colegiata, la iglesia de San Martín, la Casa de Salas y la torre del antiguo castillo. Añade don Luis que es pueblo «de origen muy antiguo, como consta por su etimología céltica. Ya aparece citada en documentos del siglo IX y siguientes, llamándose en aquellos tiempos Salas de Nonaya, por hallarse situada en las márgenes de dicho río». Esta villa tenía en el siglo XIII su propia organización jurídico-administrativa y cobraba impuestos a los productos procedentes de Castilla que atravesaban el territorio. Según Juan Velarde, esto provocó frecuentes conflictos con el obispo de Oviedo, que reaccionaba ante la retención de sus mercancías excomulgando a los salenses; pero si el obispo quería beber vino, tenía que pagar lo estipulado.
Yayo y yo damos un paseo por las viejas calles y un señor muy animado se presta a servirnos de guía. Nos pregunta si somos de Cangas de Narcea, porque él se dedicó a comprar cabritos en Cangas de Narcea; le contestamos que somos de Oviedo, y él nos pregunta si conocemos a su sobrina, que está casada en Oviedo. Como le respondemos que no la conocemos, decide: «Entonces, no son de Oviedo».
Otro de los atractivos de Salas, además de la colegiata, el castillo y el mausoleo del arzobispo Valdés, obra de Pompeyo Leoni, son los «carajitos del profesor», gran confite de avellana molida, azúcar y clara de huevo, seguramente el mejor de Asturias, junto con los «carbayones» de Camilo de Blas. Lo del profesor obedece a que su inventor, Pepín, era músico y tocaba en la banda, y los «carajitos» a que un cliente sudamericano entró un día en el comercio, que era restaurante, café y lugar de tertulias, y no sabiendo cómo se llamaban aquellas deliciosas galletitas, pidió «un carajito de ésos». Cela interpretó el apelativo a la brava, integrándolo en la serie latina «colleo». Su informador en materia de «carajitos» era Juan Benito Argüelles. Para hacerlos, las avellanas se escogen una a una, se trituran en un mortero de madera y se machacan con un mazo de hierro. La Casa del Profesor fue fundada en 1918. Cumplen los carajitos noventa años y siguen tan sabrosos como el primer día, que fue cuando dejaban de sonar los cañonazos de la Gran Guerra.

LA NUEVA ESPAÑA 29-08-08 Hábiles estrategias



-Jacinto, te necesito.
-Siempre a tus órdenes, Fermín.
-Mira, me he enterado de que nuestro concejo vecino está muy exaltado, y que le llueven las críticas a mi buen amigo el alcalde de Salas -ya sabes que entre los mandatarios siempre hay buena sintonía-. El PP está publicando calumnias en revistuelas de escasa calidad, y algunos articulistas andan por ahí cuestionando su gestión.
-¿Seguro que son calumnias? Yo tenía entendido...
-¡Jacinto, que lo tuyo es la pluma y no la sacrificada y nunca bien reconocida tarea de gobernar! Sabes que hay muchas coincidencias en nuestro estilo, y si hay algo que criticar son apenas cuatro tonterías. El caso es que veo yo a Osgual muy envalentonado, y Ramiro anda por ahí demasiado sonriente. Tampoco me fío ni una pluma de Elvira, ni de ese otro gallo tan prolífico, Mortimer, que les dan mucha cancha en ese diario local que...
-Fermín, tú sabes que yo soy un acérrimo defensor de la libertad de expresión, por supuesto siempre dentro de unos límites.
-A eso me refería, a los límites. El caso es que quería tener un texto salido de tu florida pluma -podría hacerlo yo mismo, bien sabes que mi prosa es excelente, pero estoy ahora mismo ocupado con otros asuntillos- para argumentar cualquier ataque que provenga de esa gandaya.
-Claro, claro. Será un honor.
-Empecemos. Primero está la cuestión de las obras del camino al gallinero de la vecina. Nada, algún pequeño retrasillo por una petición que hice. Unos ligeros cambios para poder salir más directo. ¡Yo necesito desplazamientos rápidos! Y Osgual y cuatro gatos más andan fastidiándome con protestas absurdas.
-Podemos argumentar que la culpa es suya. Que esas críticas no hacen más que dilatar en el tiempo un proyecto que posee todas las garantías democráticas.
-Eso ya lo arguye mi colega, y creo que no cuela. Tú vete pensando en algo, que más tarde volveremos sobre ello. El siguiente punto de confrontación es la huerta. Yo había empezado a dejarla preciosa, al estilo jardín urbano. Hice cortar unos añejos manzanos que estorbaban para una fastuosa avenida. Un poquito de hormigón, y todas las hortalizas a gritar como locas. Faltó tiempo para que algunas gallinas empezaran a acusarme de ciertas cosas de las que prefiero no acordarme.
-Nada, nada. Eso se arregla comprando unos olivos centenarios, que ahora están muy de moda. Hago una emotiva oda sobre ellos al estilo ciprés de Silos y andando.
-Podría ser... Déjame que lo piense. El caso es que no andamos demasiado bien de presupuesto. -Con lo que nos hemos ahorrado con las fiestas, para algo habrá.
-¡Imposible! Siempre hay gastos extras. Sin ir más lejos, la rehabilitación de nuestras nuevas oficinas se está disparando.
-¡Hombre, qué casualidad! Igual que en Salas.
-¡Jacinto, no fastidies! Te quiero aquí para dar soluciones, no para ponérmelo más difícil. Se nos acusa de no tener interés alguno por asuntos culturales.
-Igual que a tu amigo, que parece que le importó un bledo ser el primer edil de territorio que fuera la cuna de don Fernando Valdés y que cuando cortaron el grifo estatal para la rehabilitación del monasterio de Cornellana no dijo ni mu.
-Vamos a dejarlo, Jacinto. Creo que no has captado el espíritu que me anima. Lo mejor va a ser hacer otro book con unas fotos mías delante de las obras, para que el pueblo llano compruebe que sigo trabajando por su bienestar.
-¿Me dejarás hacer los textos, verdad?