04 agosto, 2009

LA NUEVA ESPAÑA 04-08-09 Río arriba

No sólo el salmón es el problema, sino también el resto de la vida fluvial

Río arriba
LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES
Una noche de éstas, a pesar de que se anunciaban torrenciales lluvias para algún momento del día siguiente, la claridad de la Luna era espectacular. Tanto fue así que, desde el puente de Lanio, el Narcea, además de embellecerse con los resplandores lunares, parecía agradecer también la suave brisa que, se diría, empujaba sus aguas con la suavidad de un acompasado oleaje de caricias. La magia de la noche hacía que el aspecto del río, según de qué lado del puente se mirase, cambiara notablemente. Lo paradójico del caso es que les hablo de la noche que puso fin a la aciaga temporada salmonera. Lo esperanzador, a pesar de todo, es que, al menos de momento, el río aún no perdió su magia, ni su encanto.
Aunque ribereño, no soy pescador. Carezco, además, de formación científica en la materia para pronunciarme con autoridad acerca de las causas que nos han llevado a esto, así como de las decisiones que serían más pertinentes para paliar el problema. No niego que lo único que tengo acerca de todo esto son preguntas.
Tras la lectura del artículo que publicó en LA NUEVA ESPAÑA Juan Delibes, al margen de las atinadas medidas que sugiere, no puedo no preguntarme una serie de cuestiones. Por ejemplo, si se exige por parte de las autoridades competentes a quien corresponde que se regule debidamente el caudal del Narcea. Por ejemplo, si se conoce la casuística que hace que las piedras del río, cuando parte de las orillas se quedan al descubierto, presenten un aspecto tan ennegrecido. Por ejemplo, si de veras hay proyectos con plazos concretos para el saneamiento de los pueblos ribereños que se encuentran en la llamada «ruta del salmón».
Asturias en general, y muy en particular estas comarcas, van y vamos, como los salmones, río arriba, a contracorriente. Y es que, sin ánimo de incurrir en dramatismos, no podemos no preguntarnos qué es lo que nos queda, cuando los salmones están en un declive más que preocupante, cuando estas vegas, cuya fertilidad y belleza llamaron la atención de Jovellanos, apenas son explotadas tras la brutal reconversión que se hizo en la agricultura y ganadería.
Río arriba, afrontando reconversiones y despoblamiento. Río arriba, soportando continuos retrasos en las infraestructuras que se están haciendo. Río arriba. No sólo el salmón es el problema, sino también el resto de la vida fluvial. Por ejemplo, las truchas, de las que cada vez hay menos.
¿Qué precio hemos pagado y deberemos seguir pagando? ¿Qué nos queda, que no sea resignarnos a que las vegas no puedan ser explotadas a cambio de una rentabilidad mínima, a que el envejecimiento de la población vaya a más?
Como todos los problemas graves y globales, no son los políticos los únicos responsables, pero sí cabe exigirles algo más que promesas electorales que desaparecen de sus discursos antes de que se retire, o se pudra, la impedimenta de las campañas.
Río arriba. Sólo con vivir aquí estamos reivindicando un derecho que cada vez resulta más costoso, y es el de residir en el campo, por razones y motivaciones que tienen mucho más hondura que los bucolismos ñoños que no soportarían ninguna prueba del nueve.
Río arriba. Salmones que cada vez suben menos y no se reproducen debidamente. Truchas que no están lejos de ser más un recuerdo que una presencia viva. Mantenimiento de un paisaje que cada vez resulta más costoso.
Y, sin embargo, al levantar la vista en cualquiera de estos parajes, somos conscientes del privilegio que supone encontrarse con toda la singularidad de la belleza del paisaje asturiano que fue envidiablemente captado y descrito por Pérez de Ayala: «Hay valles deleitosos y virgilianos. Hay praderías de velludo verdor perenne, tendidas entre lindes de álamos, de robles, de nogales, entre sebes de zarzamoras, entre setos de laureles, entre bardales de madreselva. Hay ocultos regatos que runrunean decires incógnitos. Hay puras fontanas que vierten su chorro cristalino por una hoja de castaño. Hay bosques centenarios, de temerosas espesuras, llenos de recogimiento religioso, de leyenda, de encantamiento. Y hay fragancia, blanda música de esquila y melancólicos cantos campesinos, temblando a todas horas en el aire».
Lo que hace falta es que semejante tesoro sea, si no mimado, sí al menos tomado en serio por parte de todos, especialmente por quienes parecen estar sólo pendientes de sobrecostes, megalomanías, intrigas palaciegas y derroches, y, lo que es peor, por parte de quienes, llevados por un afán recaudatorio que nos tememos ilimitado, no parece temblarles el pulso a la hora de poner en peligro rincones de ese paraíso natural del que no dejan de hablar y que, sospecho, apenas conocen.
Río arriba. Porque nos resistimos a aceptar que toda esta magia que aún puede percibirse quiera ser llevada a una especie de parque temático, en el que moriría como el pájaro que no nació para ser enjaulado.
Río arriba en estos rincones donde la Luna, en noches como la descrita, decide detenerse con morosidad proustiana y alumbrar una magia que no cesa.