12 junio, 2008

LA NUEVA ESPAÑA 12-06-08 «1984»


Ya lo sé, Fermín. Sé que se han apuntado al carro un montón de gallitos de la quintana, alcaldes, presidentillos y presidentes.
-¡En efecto! Y, por supuesto, yo no voy a ser menos.
-Pero eso no justifica que tomes esa medida tan populista y facilona. Nuestra República debería estar por encima de planteamientos tan ramplones ¿No sería mejor crear guarderías o escuelas de 0 a 3 años que faciliten la vida a los nuevos padres y, de paso, crear puestos de trabajo?
-Es que funciona tan bien...
-¡No seas ingenuo, Fermín! Ofertar unos cientos de euros por huevo empollado y pollito nacido no anima a nadie a venir a vivir a Paraxes. Ni siquiera impedirá que los jóvenes se marchen?
-No, si lo que yo quiero es que me voten los que se queden aquí.
-¡Ah, bueno, acabáramos! Celestina, que discutía airada con Fermín sobre la nueva medida pro natalidad adoptada en Paraxes, se rendía ante la evidencia.
-¡No te molestes, Celestina, que éste es muy duro de mollera! -espetó Renata que pasaba por allí en busca de grano.
-¡Oye tú! ¡Un respeto a la autoridad!
-Es tan tonto que quiere poner un teléfono para que los gallitos llamen. Dice que hay que canalizar la agresividad masculina.
-O sea -clamó el gallo Ernesto. Cada vez se unían más tertulianos. Si mi señora me arrea un picotazo de no te menees, el que tiene que canalizar la agresividad es el menda. Suponemos a priori que los machos dominantes martirizan a las hembras ¡Olé la igualdad de género!
-Sí, ¿y qué pasa? ¿No lo hizo la pita Bibiana en el gallinero hispano?
-Sí, en un Ministerio de la Igualdad al más puro estilo orwelliano.
-Es verdad -corroboró Celestina. Si no recuerdo mal en la novela «1984» había un Ministerio de la Paz encargado de la guerra, un Ministerio de la Verdad que controlaba la propaganda y un Ministerio del Amor que torturaba a diestro y siniestro. Un estilo muy eufemístico ¿verdad, Fermín?
-¿Qué insinuáis?
-Nada, nada? -contestaron ambas gallinas a la vez con ojitos de cordero degollado. Cada uno de los presentes siguió a sus asuntos y cada uno de ellos pensó que Fermín no tenía remedio.