LA NUEVA ESPAÑA 06-09-06 Salas. El nacimiento de un icono astur (Asturias Siglo XXI)
Cornellana, E. LAGAR
¿Por cuánto tiempo más el hórreo distinguirá el paisaje asturiano de cualquiera otro del norte cantábrico? Hay expertos que ya han hecho cálculos. Al ritmo actual de destrucción anual de estos graneros, estiman que en 2021 no quedará más que el recuerdo del hórreo. O poco más. Desposeído por la nevera de su función, el hórreo se ha transformado en un «artefacto decorativo», según lo define, no sin cierta tristeza, Joaquín Grana. Junto a su hermano Celestino y otros familiares fabrica en Cornellana los hórreos del siglo XXI. Acaso los últimos.
Los hermanos Grana, de Cornellana, forman parte del reducido grupo de carpinteros que aún hacen hórreos, un puzzle de 200 piezas que es «etiqueta» del paisaje regional
¿Para qué sirve un hórreo? ¿Para qué sirven esos diez metros cúbicos de madera cortados en unas 200 piezas listas para transportar y ensamblar, sin que, como manda la tradición, medie un clavo en su construcción? ¿Para qué sirve este bien mueble que, además, cuesta unos 36.000 euros? Admitámoslo, para casi nada. El hórreo fue durante siglos el granero perfecto de la sociedad rural asturiana. Sin embargo, en este principio de centuria se ha convertido en la construcción más prescindible que existe en el Principado y, al tiempo, en la más necesaria para mantener la identidad del paisaje regional.
Los hermanos Grana, Joaquín y Celestino, forman parte del reducido grupo de carpinteros –rondará la docena– que aún siguen construyendo nuevas unidades para reponer ese ejército, esa caballería sobre pegollos que puebla toda Asturias y que, según estimaciones de los expertos constaría de 12.000 efectivos, aunque el ritmo de arruinamiento actual se apunta a que en 2021 sólo sobrevivirían en las fotografías. O poco más.
En la planta baja de su taller de Cornellana, los Grana andaban estos días completando la construcción de un hórreo que, a la manera moderna de los muebles de Ikea, saldrá de su taller en piezas y luego se montará en el lugar de destino. Cada pieza va marcada con números romanos porque ésta es la numeración que más fácilmente se puede hacer con un formón. «Pero esto es un poco más difícil que Ikea», advierte con socarronería Joaquín Grana, que regenta junto a su hermano un negocio heredado de su padre, José María Grana Miranda, y en el que prima el carácter familiar, pues también cuenta con su cuñado y su sobrino.
Joaquín calcula que en su vida habrá construido un centenar de hórreos, además de los que ha restaurado. Admite que el suyo con los hórreos ya es un trabajo puramente ornamental. «Es un artefacto decorativo. La llegada de las neveras y los congeladores lo dejó en desuso», apunta. Sin embargo, se muestra sorprendido porque son precisamente los foráneos –y no los asturianos– quienes están sacando más partido al hórreo. «La gente de Madrid ha descubierto que se está fenomenal debajo del hórreo para protegerse del sol. Es una forma de estar dentro y fuera a la vez. Yo conozco a una señora en Madrid, a la que le montamos uno, que incluso recibe a las visitas debajo del hórreo para que no le ensucien la casa. Pero nosotros preferimos buscar la sombra debajo de una sombrilla. Allí metemos el coche o los aperos de labranza. No le sacamos la sustancia. Y eso ye la decadencia de los probes hórreos».
Vacío de utilidad, desposeído de su identidad, ¿tiene futuro el hórreo? Xosé Nel Navarro, autor del libro «El hórreo, una arquitectura del siglo XXI» y organizador del congreso que se celebró el año pasado sobre este característico elemento etnográfico, opina decididamente que sí. «Estoy convencido de que habrá una horreomanía», asegura. Sin dudarlo, Navarro enumera los cuatro grandes iconos asturianos: «La Cruz de la Victoria –que ha sido revalorizada por Fernando Alonso y nos está generando riqueza a todos–, la Virgen de Covadonga, la sidra y el hórreo, que está como está». Navarro apunta que, dada su importancia icónica, «es necesario hacer un plan director del hórreo y no es posible que no estén todos catalogados». Propone acabar con la política de subvenciones para su reparación –«se reparan, pero si después no tienen uso y no miran para ellos, vuelven a deteriorarse»– por una política de revalorización del hórreo para fomentar nuevos usos. «Vale más gastar el dinero en su promoción. Convencer a la gente de que quien tiene un hórreo, tiene un tesoro. Y que cada uno valore el suyo y le encuentre su utilidad». Navarro ya ha visto ejemplos de lo más opuesto: «Hay algunos que lo tienen como capilla y otros que lo usan como picadero».