LA NUEVA ESPAÑA 16-01-08 Don Paulino Barbón y el Consejero
En LNE de hoy aparece en "Cartas al Director" este escrito que hace referencia al médico de Cornellana recientemente fallecido de muerte repentina a los 53 años.
Amigos del Paisaje de Salas se une al dolor de su familia. allegados y pacientes.
Hace ya cien años un filósofo español enunció que, frente a la opinión generalizada, la historia de los pueblos no estaba escrita en las letras de molde de los manuales de historia ni en las cajas de los grandes titulares de periódico. La historia la escribían anónimos ciudadanos que trabajan, pasan y sueñan sin que sus nombres ocupen jamás las primeras páginas. No se me van de la cabeza esas palabras desde que el día 12 de enero falleciera de forma inesperada, como del rayo, Paulino Barbón, el médico de Cornellana. Mucho antes se me ocurrió pasar por el dispensario y robarle un momento de su tiempo, ese tiempo que a él siempre le sobró para atender a sus clientes, y comentarle lo que su consejero opinaba de la sanidad asturiana. Nunca lo hice porque creí, en buena lógica, que sería una impertinencia y porque, a buen seguro, Paulino no habría leído los comentarios escatológicos que su jefe vierte en los diarios asturianos. ¿Cuándo iba a hacerlo?
Tenía la costumbre de abrir el dispensario treinta minutos antes de la hora oficial, cuando aún la tinta fresca no llegaba a los quioscos cerrados en la noche. Los desayunos de don Paulino -los famosos desayunos del Consejero- de tempranos debían de ser cenas. Durante trece años nadie en Cornellana lo vio tomarse un triste café en ningún bar. Lo hacía porque la lista de análisis y de pacientes era enorme. Para todos quiso tener el mejor trato posible durante esos trece años, día tras día, sin descanso, sin cafés y sin desmayo.
Verán ustedes. Ejercer la medicina en Cornellana, como en cualquier pueblo del occidente astur, debe de tener sus inconvenientes. La sala de espera está casi siempre ocupada por gente muy mayor cuyos hijos viven en Madrid, Mallorca o São Paulo -puras leyendas urbanas de los consejeros- y cuyos nietos juegan en jardines muy, muy lejanos. Son gente mayor, ya digo, aquejados de innumerables dolencias y, sobre todo, de soledad; a veces, de abandono. Paulino -nunca le encajó el don, al que sólo tienen derecho en mi pueblo el médico y el sacerdote- significó para todo esa gente la Administración. Ésa sí, con mayúscula. Una administración que les daba un trato digno, justo, cercano, humano. Sus visitas domiciliarias a las caserías más intrincadas podían empezar con el galeno encendiendo la cocina de carbón de una anciana. Paulino será siempre para Cornellana ese Estado protector del Primer Mundo que sueña su consejero desde un despacho. Porque todo eso lo hizo sin mostrar jamás distancia, ni desaliento; porque nunca se quiso apear de su condición de funcionario, del funcionario jovial y sonriente que está ahí para cubrir las necesidades de sus ciudadanos. Siempre.Lo terrible es que la demagogia fácil ocupe cuatro columnas en portada de nuestros periódicos, comentarios jocosos de bar. Lo triste es que el trabajo abnegado de un profesional se pierda en la memoria o en el alzheimer de sus pacientes y sólo vaya a llenar las humildes líneas de una carta al director. Quizá, yo así lo espero, aparte del filósofo español, tenga razón el poeta italiano Cesare Pavese: «Para todos tiene la muerte una mirada, aunque descendamos en silencio al abismo». Que la tierra le sea muy leve, don Paulino.
Muchísimas gracias.
José Luis Fernández López
Cornellana
Amigos del Paisaje de Salas se une al dolor de su familia. allegados y pacientes.
Hace ya cien años un filósofo español enunció que, frente a la opinión generalizada, la historia de los pueblos no estaba escrita en las letras de molde de los manuales de historia ni en las cajas de los grandes titulares de periódico. La historia la escribían anónimos ciudadanos que trabajan, pasan y sueñan sin que sus nombres ocupen jamás las primeras páginas. No se me van de la cabeza esas palabras desde que el día 12 de enero falleciera de forma inesperada, como del rayo, Paulino Barbón, el médico de Cornellana. Mucho antes se me ocurrió pasar por el dispensario y robarle un momento de su tiempo, ese tiempo que a él siempre le sobró para atender a sus clientes, y comentarle lo que su consejero opinaba de la sanidad asturiana. Nunca lo hice porque creí, en buena lógica, que sería una impertinencia y porque, a buen seguro, Paulino no habría leído los comentarios escatológicos que su jefe vierte en los diarios asturianos. ¿Cuándo iba a hacerlo?
Tenía la costumbre de abrir el dispensario treinta minutos antes de la hora oficial, cuando aún la tinta fresca no llegaba a los quioscos cerrados en la noche. Los desayunos de don Paulino -los famosos desayunos del Consejero- de tempranos debían de ser cenas. Durante trece años nadie en Cornellana lo vio tomarse un triste café en ningún bar. Lo hacía porque la lista de análisis y de pacientes era enorme. Para todos quiso tener el mejor trato posible durante esos trece años, día tras día, sin descanso, sin cafés y sin desmayo.
Verán ustedes. Ejercer la medicina en Cornellana, como en cualquier pueblo del occidente astur, debe de tener sus inconvenientes. La sala de espera está casi siempre ocupada por gente muy mayor cuyos hijos viven en Madrid, Mallorca o São Paulo -puras leyendas urbanas de los consejeros- y cuyos nietos juegan en jardines muy, muy lejanos. Son gente mayor, ya digo, aquejados de innumerables dolencias y, sobre todo, de soledad; a veces, de abandono. Paulino -nunca le encajó el don, al que sólo tienen derecho en mi pueblo el médico y el sacerdote- significó para todo esa gente la Administración. Ésa sí, con mayúscula. Una administración que les daba un trato digno, justo, cercano, humano. Sus visitas domiciliarias a las caserías más intrincadas podían empezar con el galeno encendiendo la cocina de carbón de una anciana. Paulino será siempre para Cornellana ese Estado protector del Primer Mundo que sueña su consejero desde un despacho. Porque todo eso lo hizo sin mostrar jamás distancia, ni desaliento; porque nunca se quiso apear de su condición de funcionario, del funcionario jovial y sonriente que está ahí para cubrir las necesidades de sus ciudadanos. Siempre.Lo terrible es que la demagogia fácil ocupe cuatro columnas en portada de nuestros periódicos, comentarios jocosos de bar. Lo triste es que el trabajo abnegado de un profesional se pierda en la memoria o en el alzheimer de sus pacientes y sólo vaya a llenar las humildes líneas de una carta al director. Quizá, yo así lo espero, aparte del filósofo español, tenga razón el poeta italiano Cesare Pavese: «Para todos tiene la muerte una mirada, aunque descendamos en silencio al abismo». Que la tierra le sea muy leve, don Paulino.
Muchísimas gracias.
José Luis Fernández López
Cornellana
posted by amirrojo at 12:50 p. m.
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