LA NUEVA ESPAÑA 27-12-08 La huella imborrable de Valdés Salas
La capital salense alberga la mayor parte del legado del hijo más universal del valle del Nonaya, fundador hace 400 años de la Universidad
Escultura de Valdés Salas, que forma parte del monumento funerario del arzobispo, en la colegiata de Salas. ignacio pulido
Salas, Ignacio PULIDO
El 31 de diciembre de 1568, la comitiva fúnebre del arzobispo Fernando Valdés Salas caminaba por fin entre las frías calles de Salas tras haberse producido su muerte en Madrid. Se cumplía de este modo su deseo de reposar eternamente en la capilla mayor de la colegiata de Santa María. La huella del que fuera fundador de la Universidad de Oviedo sigue aún hoy muy presente en esta villa erigida a orillas del río Nonaya. Su palacio familiar, la colegiata y el mausoleo que alberga son claro ejemplo de su legado patrimonial. Nacido en Salas en 1483, fue una de las personalidades más destacadas en la España de la primera mitad del siglo XVI. A lo largo de su trayectoria alcanzó los más altos cargos eclesiásticos y políticos siendo presidente del consejo de Castilla, inquisidor general y arzobispo de Sevilla. Asturias le debe numerosas obras asistenciales y educativas tales como colegios, hospitales, mejora de caminos y la fundación de la Universidad ovetense en 1566. Una gran muestra de esa herencia se puede contemplar en la villa salense. Bajo su influjo, Salas asistió a su primer gran cambio urbanístico. El proceso constructivo de su casa palacio -hoy día un complejo hotelero- abarca parte de los siglos XV y XVI. Algunos autores afirman que fue el lugar de nacimiento del arzobispo. Durante el siglo XVI, el conjunto palaciego se unió mediante un puente sobre arco escarzano (en cuyo peto se observan las armas de los Valdés Salas) a la torre, único vestigio arquitectónico de la villa de la época medieval.
Unas decenas de metros más calle abajo, se alza majestuosa la colegiata de Santa María la Mayor. Fundada, dotada e erigida por Fernando Valdés Salas hacia 1549 alberga los restos mortales del inquisidor y de sus padres, Juan de Salas y Valdés y doña Mencía. El altar albergó en una primera instancia un retablo manierista ejecutado por el maestro Juan Bautista Portigriani bajo encargo de Hernando de Salas. En 1606 sería sustituido por otro de transición al Barroco y de la escuela de Toro, obra de Juan Ducete, también autor del de la Universidad de Oviedo, destruido durante la Revolución de Octubre de 1934.
Pero, sin duda alguna, la más importante de todas sus piezas es el mausoleo de Valdés Salas, ejecutado junto a los de sus padres por Pompeo Leoni, el escultor de cámara de Felipe II y Felipe III. Los testamentarios de Valdés Salas contrataron a Pompeo la ejecución del conjunto funerario de la colegiata, que fue finalizado en 1584, fecha en que se inició su traslado a bordo de cincuenta carros desde Madrid, a través de León, Torrestío y por el Camín Real de La Mesa, cuyo trazado hubo que acondicionarlo al tráfico rodado. Una vez en Salas, el imponente monumento fue instalado por el milanés Cesar Villa, que concluiría sus labores en 1586.
En el ojo central de un solemne arco del triunfo, arrodillado ante un reclinatorio y vestido de pontifical, Valdés Salas permanece hierático para la eternidad gracias al buril del genial Pompeo Leoni. Acompañado por tres acólitos y por un relieve de la Resurrección, la figura del inquisidor, de un abrumador realismo, soporta impertérrita el paso de los siglos. Sobre esta escena, en el ático del mausoleo, una representación de la fe venciendo la herejía recuerda la labor que llevó a cabo como miembro de la Santa Inquisición y que comprende la parte más oscura de su excelsa trayectoria.
Como contrapunto destaca su carácter más gentil. Como recoge Alberto Fernández en su estudio sobre Salas, el inquisidor abrió caminos, dotó doncellas, perdonó créditos, dispuso 50.000 maravedíes anuales para reparar los caminos de Salas a Oviedo y Cangas, otorgó anualmente cien cabezas de ganado vacuno, repartió dinero entre sus familiares y el año de su muerte dispuso que se dieran 2.000 ducados a los pobres de la villa y el concejo.
Hoy más de cuatrocientos años después, al igual que el Nonaya sigue discurriendo entre los muros seculares de Salas, la huella del arzobispo sigue marcada sobre el pavimento de esa pequeña villa a la que dotó de un carácter universal, cuando más que nunca, España era el imperio donde nunca se ponía el sol.